Rusos, víctimas y perpetradores
Bert Hellinger describe en sus textos sobre esa moneda que en un lado tiene a la víctima y en el otro al perpetrador o agresor. Las víctimas humilladas y ofendidas pueden eventualmente transformarse en verdugos. Carl Jung aseguraba la tendencia de una cosa para convertirse en su opuesto. Sobre el asunto hay muchos textos. Sin embargo, esta semana cito al periodista ucraniano Vasili Grossman, quien hace 70 años ya describía ese rol perverso del sistema político ruso, que, de víctima de zares y nazis, se convirtió en verdugo de inocentes.
Grossman, como judío, sufrió la expansión del nazismo en Europa. Fue testigo y denunciante del horror que enfrentaron millones de personas por la única razón de ser de una etnia o de practicar una religión. Después de la Segunda Guerra Mundial, el juicio de Nuremberg, investigaciones, libros, películas, mostraron al mundo hasta dónde podía caer la civilización.
Los alemanes iniciaron un largo periodo de expiación en busca de perdón y de reconciliación interna, con sus vecinos y en general con otras comunidades humanas. Aunque falta camino por despejar, las prácticas democráticas y la reunificación en 1989, que se recuerda cada 3 de octubre, ayudaron a la reparación.
Grossman, con la autoridad moral que tenía, denunció en varios momentos de su vida como habitante en la Unión Soviética, sobre todo después de 1945, que el régimen comunista era tan terrible en su esencia y en su accionar como el régimen de los nazis. A nombre de una ideología, a nombre de un destino manifiesto, a nombre de los pobres, Vladimir Lenin y sus seguidores persiguieron con similar odio a judíos a través de los pogromos, a gitanos, a artistas, a intelectuales, a poetas, a obreros, a campesinos. A diferencia de Alemania, continuaban con la secular historia rusa de violencia.
El autor de “Vida y Destino” (libro que ha llegado finalmente a librerías paceñas), describe la hambruna que provocó Josef Stalin en Ucrania con la colectivización en 1932. El holodomor (muerte por inanición) alentado por los rusos significó la muerte de unos 5 millones de personas en poco tiempo. Grossman denunció que las tropas quitaban su producción a los productores de cereales, incluso robaban el pan que una madre acababa de poner en la boca de sus hijos.
Existen fotografías de familias enteras muertas de hambre, hileras de escolares que parecen dormidos en su inocencia, mujeres aterradas de frío y de hambre. Todo ello fue ocultado y en ese encubrimiento están involucrados intelectuales, periodistas y los partidos comunistas del mundo entero.
A Adolf Hitler la historia lo hizo trizas. A Stalin le hicieron monumentos, versos y odas y hasta ahora “cuadros políticos” lo defienden y justifican. Grossman escribió lo que vio recorriendo los campos en Ucrania. Los antiguos bolcheviques, perseguidos por la policía zarista, se convirtieron en asesinos sin compasión.
El horror continúa ante nuestra indiferencia. Este lunes se conocieron los avances de la Comisión Internacional que investiga los crímenes de Vladimir Putin y su gobierno contra Ucrania. Han registrado violaciones a hombres y mujeres en un rango que abarca de los ¡4! a los ¡84! años; hay testimonios que obligaron a padres, hijos, hermanos, esposos a contemplar las escenas. Járkov, que perdió una quinta parte de su población por la represión estalinista hace un siglo, ahora soporta bombardeos a sus hospitales, masacres, asaltos y violencia contra los civiles desarmados.
Moscú quiere que vuelvan a morir de hambre quitándoles sus cereales, como los comunistas hicieron culpando a Ucrania de defender su idioma, su cultura, su propia historia.
Los textos de Grossman fueron secuestrados y el autor perseguido, como detalla su biógrafa Alexandra Popoff. Un amigo valiente y otra pareja salvaron copias que llegaron mucho después a Occidente; en la era Gorbachov se encontraron los originales en los archivos secretos de las oficinas represivas.
Los bolivianos tenemos muchos defectos y carencias, pero jamás invadimos otra nación ni forzamos a la hambruna a aldeas enteras.
¿Será que Luis Arce, que abraza con efusión a Putin, y Rogelio Mayta, el No Canciller ignoran lo que pasa en Ucrania? ¿No les informan sus delegados en Naciones Unidas? O será que, de forma consciente y militante, son la quinta columna del invasor.
Columnas de LUPE CAJÍAS