El grosor del cogote no es suficiente
Alguna vez comenté en este mismo espacio que en una ocasión, muy pasada, conversaba con un antiguo intelectual de nota, diplomático, exrector de una respetada universidad, que me decía en tono hilarante, que es fácil detectar el éxito de los políticos, que era suficiente ver “el grosor de sus cogotes”, si se encontraban gruesos y colgando significaba que les estaba yendo “muy bien”.
Pero como los tiempos cambian, el burlesco apunte del académico parece que ha quedado muy atrás.
El criminólogo italiano César Lombroso estableció en su tiempo los rasgos somáticos del delincuente nato, lo que en principio le causó fama, pero posteriormente casi todos le echaron piedras aduciendo que su teoría era errónea y discriminatoria, cuando casi todos los días vemos que este apunte muchas veces da en el blanco.
De igual manera -lombrosiana- los rasgos somáticos del político de éxito en Bolivia no merecen discusión aunque ya no se reducen solo al grosor del cogote.
Hoy, gracias al “avance” de la ciencia se logran radicales transformaciones en la fisonomía que revota en la caracterología de los políticos de éxito, al punto que ni el culto personaje señalado ni el famoso positivista Lombroso hubieran podido prever las transformaciones que actualmente se operan.
Las cirugías plásticas, las inoculaciones de “botox”, los micro sembrados de barbas, los cambios de colores en la tez morena negadores de su origen natural, las sastrerías de la distorsión, las tiendas especializadas en ropa “occidental”, funcionan a “full” y a exclusividad de “nuestros” políticos exitosos, sin discriminación, trátese de hombres o mujeres, descendientes del incario o de la vieja España.
Avispados peluqueros, seguramente muriéndose de risa por dentro, están dando muerte a nuestros queridos “chucchacos” metidos en política (“chucchaco” en quechua, muchacho de abundante cabellera despeinada) tratando de convertirlos en risibles personajes de la aclamada serie inglesa “Peaky Blinders” (pandilla callejera de Birmingham), haciendo que luzcan idéntico cabello rapado a los costados haciéndonos perder así a uno de nuestros más representativos personajes folclóricos.
Y como si un hechicero de poderes mágicos convirtiera a nuestros políticos exitosos de piel morena -color nuestro de la mayor parte de los latinoamericanos- en sujetos con piel tan blanca como un papel, como si algún maligno hematólogo se hubiera propuesto matar todos sus glóbulos rojos o quizás algún vampiro de Transilvania se hubiese ensañado con ellos chupándoles hasta la última gota de su sangre.
Hoy esta es la exclusiva morfología artificial de los políticos de éxito, de los de la billetera llena, ajena desde luego a los pobres que por ser miserables no alcanzan a practicar las extravagancias de esta fauna tan especial.
Por otra parte, el contenido conductual de estos “exitosos” es extraordinario, cantan, bailan, besan, insultan, lloran, mienten, amenazan, se arrodillan, cabalgan sobre el lomo de los ingenuos, su cabeza se cubre de mixtura, la serpentina rodea su cogote, ensordecedores cohetes, cohetillos, bandas de música acompañan su trajín, prometen felicidad a diestra y siniestra. En fin, la gente los conoce sobradamente. Por eso… el solo grosor del cogote quedó muy, pero muy atrás.
Columnas de GONZALO PEÑARANDA TAIDA