Villa Carreño, en Tarata, vive sin alimento, agua ni trabajo en la pandemia
El abandono, la injusticia y la indiferencia amenazan la supervivencia de familias enteras en Villa Carreño, una comunidad ubicada a poco menos de una hora del centro del municipio de Tarata. La mayoría son familias numerosas con cinco y 11 niños.
El hambre, el desempleo junto con la carencia de agua potable y energía eléctrica golpean a la mitad de la población. En el lugar viven 43 familias de alfareros, una veintena se encuentra en situación extrema pobreza.
La cuarentena por la pandemia del coronavirus agravó el sufrimiento de las familias. La miseria y el llanto de los niños por la falta de alimentos motivaron a una voluntaria, Laura Argote, a buscar ayuda.
“Mi familia sembró maíz en una pequeña parcela, muchos niños y ancianos vinieron a robar y cuando les pregunté por qué lo hacían, me respondieron que tenían hambre”, contó.
El clamor de Laura fue canalizado en todo el valle alto a través de radio Ecológica y del comunicador Ramiro Numbela.
“Villa Carreño me ha roto el corazón porque es sinónimo de exclusión y del olvido de sus autoridades. Todo es muy triste”, relató Numbela.
La descripción de los voluntarios quedó corta con la realidad que Los Tiempos encontró en la comunidad. Una fila de niños con cuadros severos de desnutrición, cuyo rostro se ilumina de esperanza cuando ven alimentos y reciben visitas.
A pocos metros del ingreso del pueblo vive Berno, un artesano que mantiene con su trabajo a sus nueve hijos. Toda la familia comparte un cuarto de barro que se emplea como dormitorio y cocina.
“Necesito corriente, tenemos poco para comer, no estoy trabajando porque no hay venta por la cuarentena. Mi esposa está internada en el hospital de Cliza, fue para que le atiendan su parto. Ella me ayuda a la pintar las artesanías”, comentó.
El alfarero asegura que la vida es dura en Villa Carreño, porque extraer arcilla toma a veces hasta una semana y los productos se venden a precios muy módicos.
La carencia de apoyo con maquinaria pesada y la explotación indiscriminada de materia prima en el río y los cerros complica la fabricación de ollas, vasos y otros enseres domésticos de barro.
“Necesitamos luz urgente, pero no podemos reunir el costo para la instalación de postes si apenas tenemos para comer”, remarcó.
Los pobladores aseguran que las autoridades municipales señalaron que el colocado de cada poste cuesta alrededor de 4 mil bolivianos, por lo que los vecinos desistieron.
Otro problema que complica la convivencia de los lugareños es la escasez de agua potable, razón por cual solicitan la perforación de un pozo.
La voluntaria indicó que ante la dejadez de las autoridades locales la comunidad hace años pidió a ayuda a un grupo de volqueteros para habilitar un atajado que les permita almacenar agua de lluvia; sin embargo; la cantidad acumulada es insuficiente por lo que se raciona el líquido vital.
“De agosto en adelante ya no hay. Las tierras son fértiles, pero la falta de agua y dinero para comprar semillas nos impide sembrar”, dijo una vecina.
En un recorrido se verificó que los cultivos de maíz y trigo se secan por falta de riego. En varias casas se cocina a leña porque no hay dinero para comprar gas en garrafa.
Numbela puntualizó que otro factor que preocupa es que la mayoría de los infantes sólo concluye la primaria porque desde temprana edad debe aportar económicamente en su hogar.
No hay unidades educativas en Villa Carreño. Los niños deben caminar entre 40 a 60 minutos para ir a la escuela, por lo que muchos desisten de estudiar.
Richard, otro artesano, relató que el hacinamiento en las precarias casas ocasiona que los padres opten por dormir a la intemperie.
“Necesitamos viviendas sociales, mercados. Antes íbamos a Huayculi a vender, pero la gente de allí nos bota porque nosotros vendemos más barato las artesanías. A veces nos acotamos para contratar un auto para ir a vender a la ciudad de Cochabamba”, contó.
ARTESANOS DENUNCIAN ROBOS Y ABUSOS
Para los artesanos de Villa Carreño vender sus productos en el centro de Cochabamba es muy complicado, debido a que deben permanecer hasta una semana para terminar y muchas veces se exponen a ser asaltados, porque no tienen un lugar donde pasar las noches.
Otro aspecto que les preocupa son las constantes amenazas que reciben de autoridades municipales y representantes de la subcentral por reclamar servicios básicos y mejoras para vivir dignamente. Este medio intentó comunicarse con el alcalde de Tarata, Benjamín Zurita, para conocer su versión pero no tuvo éxito.