26 de marzo de 1982
El restablecimiento del orden democrático cuenta en su haber con episodios de trascendencia épica y con actores de inconmensurable valor, muchos de los cuales han sido olvidados por el paso del tiempo o por la propia historia, que de cuando en cuando cobra sus propias víctimas. Y es que la tarea de quienes tenemos la oportunidad de generar espacios de opinión permite evocar hechos que marcaron huella y que forman parte del proceso que estructura la relación entre el soberano y sus representantes, y entre el poder y su ejercicio reglado.
Entender a un Estado asentado en determinado territorio, con una población capaz de dotarse de reglas que regulen las funciones del Gobierno que los dirija, parte por comprender que sin democracia, ningún proceso de construcción (de Estado) es posible. La democracia por tanto, es un intangible cuyo valor adquiere dimensiones insospechadas cuando los cánones por donde transita son alterados por hechos que vulneran el orden constitucional.
Bajo ese marco, Bolivia ha pasado por azarosos episodios en los que el régimen legalmente establecido bajo formato democrático, atravesó duras pruebas. La existencia de Gobiernos de corte militar, ungidos al calor de las armas y no del voto en las urnas, fue una constante en la que derechos y garantías ciudadanas estaban restringidas.
El feliz desenlace acaece el 10 de octubre de 1982 cuando el Dr. Hernán Siles Suazo asume la Presidencia de la República poniendo fin a un oprobioso periodo de Gobiernos dictatoriales. Antes a ello, con seguridad que muchos anónimos jugaron un papel determinante en la reconquista de un sistema que insisto, sigue siendo y mientras no haya otro mejor, el paradigma de un modelo de forma de gobierno en el mundo civilizado.
Pues bien, hace exactamente 35 años, un día como hoy, encabezados por los fabriles de Cochabamba liderados por Lucio López y secundados por Rubén Cortés, secretario General del Sindicato de Taquiña, Jaime Onofre de Fabe, Alberto Ovando, hoy abogado de los fabriles y otros tantos, se produjo una gran marcha que partió de la plazuela San Sebastián y terminó en la plaza 14 de Septiembre. El objetivo era exigir al Gobierno de facto su retiro a los cuartes para el restablecimiento del orden democrático. Una vez los marchistas ingresaron a la plaza principal, francotiradores apostados desde el techo de la Prefectura dispararon contra la multitud, lo que produjo el deceso de cuatro personas y un número importante de heridos, aspecto que no evitó la escalada organizada de protestas. El coraje de quienes salieron por los fueros de la democracia mancillada, tuvo su recompensa no sólo porque las jornadas de lucha continuaron, sino porque seis meses después, el Gral. Vildoso entregaba el mando de la nación a un civil.
Los entretelones de ese 26 de marzo de 1982 los conversé con un buen amigo como Rubén Cortés, uno de los actores principales de esa lucha, y con quien compartí hace años atrás, desde el Comité Cívico, intensos recorridos en defensa de los intereses de Cochabamba, ya cuando vivíamos en democracia. Cabe por tanto, honor y gloria a todos quienes ofrendaron su vida para que ahora la democracia sea la regla y no la excepción, y para aquellos que con vida, hoy, recuerdan actos heroicos que en nada se comparan con toda esa parafernalia que intenta empoderar un proceso que olvida a los verdaderos actores y a jornadas como las de marzo del 82, cuando se peleaba con convicción, por principios e ideales, no por la toma del poder.
El autor es abogado.
Columnas de CAYO SALINAS