Era una muerte anunciada, pero no la evitaron
La muerte violenta de Víctor Hugo Escobar, el “Oti”, el preso más peligroso del país, en Chonchocoro volvió a sacar a la palestra el tema de las cárceles. Y es que no es novedad que ningún recinto penitenciario del país es controlado por el Estado y la Policía; son los propios presos que arman redes de control en base a torturas y delitos cometidos por quienes deberían estar en “rehabilitación”.
Pero, ¿qué saben las cárceles de Bolivia sobre rehabilitación? La pregunta se responde sola. Cada vez que existe un motín o agresiones que salen a la luz por su nivel de violencia, se resuelve trasladando a los presos a otros penales de “alta seguridad”. Si el problema no fue “tan grave”, son aislados.
Sin embargo, no reciben un tratamiento que apunte a que estas personas no vuelvan a delinquir. Un ejemplo, es el quinto feminicidio de este año en Cochabamba. Un hombre, si así se le puede decir, que cortó las piernas y glúteos a su pareja hace tres años sale de la cárcel para matarla, en menos de tres meses. Y así se pueden citar largas listas de ejemplos.
Como resultado, seguramente en las siguientes semanas se informará sobre requisas en que la Policía dirá lo que ya sabemos: hay droga en las cárceles, objetos punzocortantes, túneles con alcohol y demás. En algunos años más, seguro volveremos a hablar de la muerte de un “Tancara”, de un “Oti” u otro reo peligroso, pues nadie hace ningún cambio de fondo, ni siquiera en la mentalidad de quienes creen que los penales son sólo para depositar delincuentes.
Es periodista de la sección Metropolitana de Los Tiempos
Columnas de Lorena Amurrio Montes