Modelos predatorios de desarrollo
Mientras el papa Francisco no anule las doctrinas sostenidas por papas del siglo XX, en sentido de que el control de la natalidad está prohibido para los católicos, no se redimen ni él ni su clerecía de ser adalides de lo contra natura. Eso de contra natura es una acusación grave, pero ya he explicado anteriormente en qué consiste y no es este el espacio para repetirlo. Lo que viene al caso es indicar aspectos positivos del sínodo de la Amazonia que el año pasado, 2019, ha presidido el papa Francisco.
Lo primero y realmente importante que ha producido ese sínodo, es que el papa Francisco ha declarado que es un deber proteger la naturaleza en general y a los pueblos indígenas y sus bosques sudamericanos en particular. Esto merece una disquisición filosófica.
Confucio consideró que existirían dos grandes manifestaciones de la naturaleza. Por una parte el Cielo, personificación de las fuerzas físicas del universo, desde los astros hasta, dicho en forma moderna, las fuerzas físicas, químicas, gravitacionales, etc., de la naturaleza. Por otra parte está la Tierra, nuestro planeta con la vida que ha procreado. La Tierra es como un oasis en el espacio, generando una realidad biológica de la que nosotros, los humanos, formamos parte. Confucio consideró que evolucionando, la humanidad llegaría a conformar una tercera fuerza, con un carácter propio.
Pensar que actualmente la humanidad es la tercera fuerza indicada por Confucio, es un optimismo injustificado; no somos más que monos evolucionados, muy propensos a hacer, pensar y decir macacadas. Empero, hay fuerzas que hacen evolucionar nuestra civilización y es de prever que efectivamente, alguna vez, no se sabe cuándo, lleguemos a ser una humanidad digna de tal nombre.
Lo que tenemos ahora es que la protección de los bosques, de la natura, así como del derecho de los pueblos indígenas a sus tierras y a sus culturas, es una enseñanza papal. Un indígena a la antigua tiene derecho a trajinar desnudo y además con plumas si le da la gana; y si cree en la Pachamama o en dioses cuyos nombres desconocemos y les hace ofrendas, está en su pleno derecho a no ser molestado. Despojar a los indígenas de sus tierras y costumbres, eso hace el imperialismo, sea el boliviano o el brasileño. ¡Abajo el imperialismo! ¡Abajo! ¡Que muera Julio César! ¡Que muera! No hay que perder el humor, sino seguir la máxima del más grande filósofo de la civilización europea, Benito de Espinoza: “Haz el bien y sé contento”.
En el contexto sudamericano, el papa Francisco censuró vigorosamente los que calificó de “modelos predatorios de desarrollo”. Esta frase me parece bien lograda. Muchos lectores puede que hayan leído artículos que escribí anteriormente, censurando lo que califiqué de “desarrollismo”, expresión menos lograda que la empleada por el papa Francisco. Para el caso, indiqué que la agropecuaria moderna permite una producción de alimentos que es incrementada en relación al pasado, tanto en el trabajo humano y mecánico empleado, como en la superficie de tierra, para obtener una producción determinada. Di el ejemplo de la gran producción agropecuaria de Holanda con aproximadamente la misma cantidad de tierra agrícola que la que actualmente se emplea en Santa Cruz.
También aclaré que es bien cierto que Holanda es un país del primer mundo, mientras que Bolivia lo es del tercero, así que el acceso a la implementación de tecnología no es el mismo. Pero aun así el mundo y Bolivia se mueven; hay desarrollo y ya actualmente cosa del 75% de la población boliviana es urbana. De modo que el desarrollismo predatorio es un camino destructivo; es mantener un pasado indeseable posponiendo impulsar a la sociedad al desarrollo moderno, medido y funcional. Con ese desarrollo moderno viene la democracia, como en Holanda, con servicios sociales, incluyendo la educación, puestos en marcha allí y en Bélgica antes que en los demás países.
Dicho esto, prometo continuar en un siguiente artículo.
El autor es escritor
Columnas de BERNARDO ELLEFSEN