Esos jardines espontáneos
Esos jardines espontáneos que caen al refilón de la mirada en aceras descuidadas, al pie de muros caídos, portones ya sin uso y con sus pastos extraviados, su maleza y pequeñas flores, efímeras pero abiertas a la alegría de su propia intemperie, a la inclemencia en que justo florecer, como al descuido.
Las hierbas largas, las tierras de nadie, los escombreríos, los pastizales arrojados en un suelo no cementado, apretujados en un rincón.
La micro flora que se multiplica discreta, casi invisible, en las grietas de las baldosas, en islotes verdes que crecen a mansalva y siempre anuncian una vida venidera.
Los hormigueros proliferan a la par, a la menor oportunidad, por distraídas aceras, dondequiera puedan fundar colonias y laberintos bajo tierra; por esos lugares en que se ve una gran actividad de pétalos rotos, hojitas y hormigas de diferentes velocidades y colores, yendo ocupadas, ocupadas.
Esto es el verano, por aquí. Y sus lluvias. No pasa mucho más. Sin embargo, el otro día vi un arcoíris completo, cuan alto y redondo era, de un cabo al otro. Y con todo, se puede llevar un registro de las existencias diminutas, a trasmano de los hombres.
Entre tanto los musgos eventuales, la hierba mala, las achiras públicas y demás no dejan, no dejan de crecer.
El autor es escritor
Columnas de JUAN CRISTÓBAL MAC LEAN E.