Hundir lo que flota
El Movimiento al Socialismo (MAS) nunca tuvo un proyecto de país, a diferencia de las otras grandes corrientes políticas en Bolivia: las conservadoras del siglo XIX, las liberales en el inicio de la centuria, las nacionalistas que cruzaron siete décadas. La sigla del MAS es prestada, detalle que refleja cómo desde sus inicios andaba a tropezones. No es un modelo socialista; es más un capitalismo salvaje.
El MAS es ante todo un método —con énfasis en la violencia física o simbólica— para ocupar espacios de poder: sindicatos, partidos, curules, embajadas, tierras ajenas, cosechas de otros, instituciones. Acumular poder para acumular dinero sin tener necesariamente que invertir o trabajar. Por eso es tan atractivo.
Jamás sabremos cuál pudo haber sido el destino del Instrumento Político por la Soberanía de los Pueblos (IPSP-MAS) si no se hubiesen cruzado en sus campañas electorales dos fenómenos continentales: el apogeo del circuito coca cocaína y el derroche de los petrodólares desde Venezuela para financiar a grupos emergentes.
A ello se agrega un estilo muy propio de los führer, sean desde el leninismo o desde el nazismo: vaciar de contenido las palabras para dar vuelta a los hechos, para calificar a los adversarios como enemigos de la patria (“terroristas”), para culpar a los demás de los propios errores. O para justificar los intereses propios con el preámbulo: “el pueblo lo pide”. Aquí faltan académicos, filósofos que reflexionen sobre el alcance que tiene ese discurso a partir de la deformación de la verdad, tal como periodistas y escritores desbarataron las mentiras de los mesiánicos europeos analizando los significados y significantes de su lenguaje.
Muy pocos intelectuales y casi ningún medio de comunicación masiva se animan o son capaces de deconstruir ese discurso o enfrentar el uso cotidiano de una oratoria que acapara las portadas y marca la agenda nacional, cada vez más destructiva.
Álvaro García Linera no solamente es un falso matemático. Es responsable de decisiones oficiales que incorporan lo ilegal al funcionamiento del (No) Estado y promueven la ignorancia en la administración pública. Felicitaba sin rubor a los dueños de autos chutos “porque así tenían su instrumento de trabajo”, sin importarle las inmensas fortunas ilícitas que se formaban alrededor de ese contrabando y el costo para los bolivianos que pagan impuestos y subvencionan diésel y gasolina. O cuando celebraba como una victoria revolucionaria la posesión de un cargador de garrafas como máxima autoridad de YPFB.
Nada es casual.
Reiteramos lo escrito varias veces. El presidente Luis Arce Catacora prefiere rodearse de ministros con escaso conocimiento en las supuestas tareas que deben cumplir. Arce pasó su vida laboral en el centro de las políticas públicas del neoliberalismo, pero parece desconocer lo que cuesta crear una industria, importar insumos, capacitar personal, abrir mercados, conseguir nichos para exportar, lograr competitividad internacional, aumentar las cifras de exportaciones nacionales, ayudar a la balanza de pagos, pagar impuestos, presentar auditorías, lograr créditos bancarios, mostrar un objeto con una banderita nacional: "Hecho en Bolivia", enfrentar el contrabando grande, mediano o pequeño, vencer bloqueos, llegar al puerto.
En las escasas conversaciones con industriales y en el último acuerdo firmado con empresarios es evidente su falta de visión. En cambio, anuncia en afiches, carteles y videos la sustitución de importaciones (con casi un siglo de retraso) o el control de divisas, sin revisar las enseñanzas de la historia.
El MAS y sus representantes directos y paraestatales se han encargado de hundir lo que flotaba en el país: las buenas prácticas en varias instituciones públicas, los emprendimientos de los pequeños productores, las microfinanzas, las centenarias factorías de alimentos, la agroindustria mecanizada, las exportaciones de recursos naturales, las exportaciones no tradicionales, la cultura; las radios sindicales, el periodismo alternativo, la Fundación Cultural del Banco Central, las comunidades y sus usos y costumbres, los bosques, los ríos, las áreas protegidas, las tierras de comunidades originarias, los tribunales en todos sus niveles.
Los masistas han bombardeado la larga y compleja construcción de la institucionalidad democrática. Intervinieron el patrón electoral, impusieron desde 2010 un árbitro electoral afín a sus propósitos. En 2014 escribí dudando sobre la disponibilidad del MAS para entregar pacíficamente la banda presidencial a un sucesor opositor. Fui criticada porque parecía inimaginable que el MAS perdiese las elecciones.
En vísperas del bicentenario de la creación de la República, los indicadores nos muestran cuánto hemos retrocedido en el camino abierto en 1982. La cereza de esa calamidad es la política internacional al lado de Anastasio Somoza Ortega, Juan Vicente Gómez Maduro, Miguel Díaz-Canel Baptista, los neostroesneristas que se autoeligen al infinito. ¿Alguien cree que en 2025 Arce Catacora aceptará su derrota? ¿Será capaz el MAS de salir del gobierno sin dinamitar la transición?
La autora es periodista
Columnas de LUPE CAJÍAS