Mellizos antagónicos
El MAS, con su candidato Luis Arce, y Luis Fernando Camacho, candidato de Creemos, son protagonistas importantes de esta contienda eleccionaria. Desde luego, sus trayectorias políticas y sus posturas ideologías conllevan diferencias notables. No obstante ello, puede que tengan más en común que lo que dicen las apariencias. Veamos.
Ambos renacieron con la crisis desencadenada por la pandemia, y en cierto modo con los fallos del Gobierno transitorio en la gestión de la emergencia para mitigar los efectos de esta crisis.
A la caída de Evo, su partido entró en desbande, desmoralizado y con grietas visibles en lo que antes era un bloque compacto y sin fisuras. Costaba imaginar que pudiera rehacerse de una situación de descrédito profundo. Sin embargo, es lo que ha sucedido. Un factor inesperado llegó en su auxilio: la Covid-19 que puso al país patas arriba, y se interpuso en la ruta de la transición democrática. Camacho, por su parte, tras un debut político decepcionante, encontró en la profundización de la crisis la ocasión de levantar cabeza, y de canalizar en su candidatura el malestar y desencanto de una parte de la sociedad cruceña.
Evo y Camacho son mesiánicos, caudillistas y anti sistémicos. Carecen de cultura democrática, y están hechos más para desmontar que para construir instituciones. Son también figuras divisivas. Evo, como todo el MAS, ha ejercitado una estrategia de poder basada en dividir a los bolivianos desde un discurso etnonacionalista y popular. La estrategia que ensaya Camacho tiene inequívocos sesgos regionalistas, y es así como lo percibe una buena parte del país.
A pesar de estas similitudes, el MAS y Camacho están enfrentados. Es un combate solapado con la batalla entre Arce y Mesa (que electoralmente es la que más cuenta). Aunque es obvio que el crecimiento de Camacho le conviene al MAS, el candidato cruceño luce como su antagonista radical y sin concesiones; prácticamente, promete la desaparición de este partido. Un discurso atractivo para un segmento del electorado, especialmente de tierras orientales.
Pero la contradicción de Camacho con el MAS no es de valores democráticos y postulados nacionales, que los tiene frágiles y confusos. Lo evidente es que el traspié de Juntos abrió paso a la emergencia electoral de Camacho, que ahora se perfila como un fenómeno político, sobre todo si consigue vencer a sus rivales en el departamento de Santa Cruz.
Camacho busca erigirse como el caudillo cruceño de este tiempo, y es plausible que muchos vean en él la alternativa genuina al MAS, y la posibilidad de que Santa Cruz se haga del poder nacional. ¿Pero será éste el verdadero proyecto cruceño? ¿Es decir, el proyecto político que le conviene a esa región y el que mejor puede defender sus aspiraciones de prosperidad y proyección nacional? He aquí un tema desafiante para la misma sociedad cruceña.
Desde mi modesta perspectiva personal, diría que, con Camacho, Santa Cruz se aísla del resto de Bolivia. Su éxito político, paradójicamente, levanta barreras psicológicas y artificiales entre cambas y collas, entre oriente y occidente. Santa Cruz y Bolivia no necesitan esto. El avance de Santa Cruz pasa más bien por un proyecto de desarrollo nacional, integrador, democrático y descentralizado, con un peso creciente y un protagonismo inteligente de la sociedad cruceña.
Si ello no ocurre, y se impone una guerra política entre populismos de signos ideológicos distintos, no es difícil imaginar un futuro sombrío en la política nacional, marcado por una gama compleja de tensiones regionales, étnicas y sociales, que harían más difícil salir de la crisis y evitar el riesgo de ingobernabilidad.
El autor es sociólogo
Columnas de HENRY OPORTO