Propaganda y pobreza
La Navidad, cuyo espíritu aún se respira en el ambiente, es, entre otras cosas, una fecha que pone en evidencia las grandes carencias de millones de seres humanos. Bolivia, desde luego, no es la excepción: por el contrario, los niveles de pobreza no han podido superarse, aunque la propaganda gubernamental señale lo contrario.
Estos días, cuando termina el año, en las calles bolivianas deambulan, muchas veces sin rumbo fijo, sobre todo madres y niños muy humildes, provenientes del campo, en busca de algo para comer y de un regalito por estas fiestas que para otros son de abundancia.
Una abundancia en la que nos quieren hacer creer esas gigantografías con la frase “crecimiento 9,4%” muy cerca de un sonriente jefe de Estado que no mira, desde lo alto, la pobreza que viene a las calles citadinas desde lugares como el norte de Potosí.
Una pobreza que en su grado extremo afecta a cerca del 13% de los bolivianos y que es inaceptable luego de casi una década de bonanza prácticamente inédita en la historia del país. Aunque, de acuerdo con datos oficiales, ese indicador se redujo de 19% a 12,9% entre 2016 y 2019, en los últimos dos años hubo un incremento debido al coronavirus.
Tomando un periodo mayor, entre 2006 y 2018, la reducción en esta tasa fue de 38,2% a 15,3%.
La desnutrición crónica en menores de cinco años, una de las expresiones del hambre, también registró una disminución importante: de 27,1% en 2008 a 16% en 2016. Pero, de nuevo, estos avances se han visto perjudicados por la pandemia de Covid-19.
Hay alertas de retrocesos significativos en este sentido, y el país arrastra todavía muchas carencias en materia de servicios básicos.
Solamente considerando estos datos, las instituciones encargadas de procurar el bienestar de la población debería redoblar sus esfuerzos para continuar bajando los porcentajes, especialmente, de la pobreza extrema y la desnutrición crónica.
Solo con políticas más serias de erradicación de la pobreza, a corto, mediano y largo plazo, podremos aspirar a que, el día de mañana, centenares de personas menesterosas no tengan más la necesidad de dejar sus poblados para dirigirse a las capitales de departamento a probar suerte, a medir el grado de solidaridad de sus compatriotas.
Una solidaridad que existe y se manifiesta por la voluntad de instituciones, familias y ciudadanos de a pie que dan lo que pueden a esos visitantes llegados a las ciudades para aliviar sus miserias materiales con donaciones desinteresadas y ofrecidas con calor humano.
Pero toda la calidez y desprendimiento de los ciudadanos de buena voluntad no son suficientes. Se necesitan decisiones y acciones gubernamentales pensadas en función del bien colectivo y de superar las crisis que esas cifras y sonrisas de las gigantografías no pueden esconder.