¿El brinco antes del derribo?
Al fin. A un ritmo de tortuga se ha producido la anunciada renuncia y despedida más lenta de la historia de la administración pública.
Jorge Richter escribió su carta de renuncia y, entre párrafo y párrafo, escribió columnas y dio entrevistas, dándole palo no sólo al Gobierno que le regaló palestra, sino a toda la estructura del Estado plurinacional.
Sus amonestaciones abrazaron todos los aspectos. Sus generalizaciones abstractas son una chapucera reescritura de la Constitución.
¿Cómo aceptó ser vocero si escondía tantas divergencias?, ¿cómo se volvió masista si todos conocíamos su extenso repertorio de saltos y maromas?, ¿cómo lo recibieron tras haber medido las cortinas de Palacio en 2002?
Vayamos a su carta.
Richter dice que su fichaje fue idea de Luis Arce. Añade que lo contrataron para que ayude a “recomponer el contexto social y político (...) profundamente trastocado”.
Al informar sobre lo que hizo, desgrana: 1. Hablar de la gestión de gobierno. 2. También “respecto del estado, la sociedad y (...) sobre las amenazas a nuestro sistema democrático”. 3. “Señalar la conducta de actores políticos que distorsionan la tranquilidad de nuestro país”.
Ante semejante confesión, queda claro que hubo malversación de sueldos. Richter ganaba por hablar, pero sobre todo por regalarnos sus opiniones personales sobre el mundo y sus alrededores.
Lo peor de la carta es que nunca dice por qué se va.
Algunas de sus divagaciones al respecto son: “un sitio no puede volverse un anclaje”, “renovar los espacios donde puedo seguir reflexionando en voz alta”, desplegar “propuestas de Estado que son imprescindibles (sic) para nuestro país”, dejar “palabras e ideas para ser mejores (sic) como Estado y sociedad”, “transitaré otro camino”, “no tendría reparo en volver”, tenemos la “misma filosofía política” (sic).
Pobre papel... ¿cómo pudo caber tanta vanidad en una página y media?
La carta de Richter termina con un lapidario réquiem para Arce: “Lo querrán derrotar, no lo permita (...) Cumpla los sueños de los bolivianos y los suyos también (…) que nada lo limite”.
Dios se apiade del jefe de Estado... acaba de perder al genio con el que, a decir de la misiva, conversó brevemente una vez en ocasión de la Navidad.
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