El Mercado de las Brujas y sus nuevos hechizos
Un recorrido por el famoso mercado de las brujas en La Paz, a pocos días del su efeméride.
Ya que, tal cual recuerdan los historiadores, hace 470 y más años, a unos 300 metros al norte de donde hoy funciona el llamado mercado de las brujas paceño, nacía la ciudad. Los primeros destacamentos de soldados y curas españoles arribaban con cada vez más entusiasmo a este valle altoandino rodeado de nevados y compartimentado entre quebradas.
Había corrido la noticia de que era no sólo lugar de agricultores, sino que además lo surcaba un río del que los nativos extraían oro: el Choqueyapu. El entusiasmo fue tal que La Paz fue refundada el 20 de octubre de 1548 en este valle y se dejó sin efecto la ceremonia realizada, tres días antes, en la altiplánica población de Laja.
“Resulta que cerca de las orillas de ese río, en la cabecera de valle, se habían erigido ‘huacas’ o sitios sagrados preincaicos —cuenta el historiador Pedro Callisaya—. Uno, en lo que hoy es la iglesia de San Sebastián y otro donde se ubica la iglesia de san Francisco, ahí junto al ‘mercado de las brujas’”. En ese entonces, los médicos de los Andes preparaban, acopiaban, enseñaban y distribuían remedios para el cuerpo y el alma.
Luego, a medida que llegaban más y más sacerdotes católicos, sobre las “huacas” se construyeron templos cristianos. Eran tiempos de la denominada “extirpación de las idolatrías, otra de las etapas de la inquisición. En 1547, sobre la “huaca” que se hallaba frente al hoy mercado de las brujas se estableció el convento franciscano. Es considerada la casa religiosa más antigua registrada en la ciudad.
ZONA MILENARIA SAGRADA
Pero tal cual señala Callisaya, las “brujas” y “brujos” o, mejor dicho, los médicos andinos sólo replegaron discretamente sus saberes. Se convirtieron en proveedores de hierbas y de los elementos que los códigos de aymaras, quechuas y urus permitían pedir para sus ritos y ceremonias ancestrales. Como suele suceder en el entorno de diversas basílicas latinoamericanas, cerca de la iglesia que se ha superpuesto sobre las deidades milenarias, permanecieron los fieles y oficiantes de aquellas deidades.
Con el paso de tiempo, ya en plena colonia, también se acercaron a esos entornos cultores de otras artes y ciencias ocultas. De ahí que en el actual mercado de las brujas también haya personas que leen la suerte en cartas del tarot o el horóscopo. Finalmente, se convirtió en zona donde se podía hallar curas milagrosas de la medicina ancestral. Pero también ciertos recovecos podían ser incluso punto de encuentro con magos blancos (“yatiris”) o magos negros (“laikas”).
“Podían haber conseguido las hierbas especiales y preparados de esos míticos médicos viajeros que son los ‘kallawayas’ —dice el historiador—. Pero también podían estar los llamados hechiceros o brujos que se encargan de hacer daños a otras personas, los llamados ‘laikas’. Por otra parte, era posible saber dónde hallar a un, se diría, mago blanco, o ‘yatiri’ que curan y hacen el bien a las personas”. Según el investigador potosino Rubén Santa Cruz, se sabe de ocasiones en las que entre “laikas” y “yatiris” ha habido enfrentamientos directos. También corre el mito de que entre ellos se enfrentan usando fuerzas sobrenaturales.
El lugar sobrevivió a los embates del tiempo. Es más, las diversas gestas, revoluciones (como la que recuerda 210 años este 16 de julio) y cambios políticos que llegaron en diversas décadas le permitieron acentuarse con sus valores marcadamente indígenas. Ya en las décadas de los años 60 y 70 del siglo XX, se convirtió en un atractivo turístico cada vez más famoso. Decenas de reportajes televisivos o escritos describen ante el mundo las características del “mercado de las brujas” paceño.
CADA VEZ MENOS ESENCIA
Hoy, el escenario aún mantiene sus características místicas a ojos del turista. Bien se puede decir que el mercado de las brujas todavía comprende las calles Santa Cruz, Illampu, Linares y Sagárnaga, aunque lo hace apenas. Aún luce como parte pintoresca de la urbe maravilla. Dar una vuelta por estas callejuelas, de calzadas estrechas y adoquinado pulido por el sostenido trajín, es un viaje en el tiempo. Sus vías están rodeadas de una arquitectura que evoca a la América de varios siglos a la vez. Además, es posible sentirla ambientada por melodías andinas o el timbre de un ensayo de charango, zampoñas o quenas.
Hasta se podría publicitar la zona señalando, como dicen ciertas promociones turísticas, que: “En este mercado se encuentran todo tipo de amuletos y objetos tradicionales, que pueden ser comprados como remedio para los males. Plantas curativas y protectoras, artículos de lucha contra los malos espíritus presentes en la cosmovisión aymara, así como fetos de llama usados para proteger las casas nuevas”.
Pero a los ojos de los investigadores, los vecinos y hasta de las más antiguas vendedoras de la zona, el mercado de las brujas ha sufrido en los últimos años demasiados cambios. El avance urbanístico y la multiplicación de otros negocios empezaron a asfixiarlo por dentro y por fuera. En el entorno aumentaron los hoteles en que fueron convertidas viejas casonas. En otras, más chicas y recientes, surgieron ventas de productos deportivos, electrónicos, casas de cambio, peluquerías, agencias de turismo, almacenes…
QUEDAN POCAS “CHIFLERAS”
Internamente, se recuerda que, ya hace décadas, se separaron los sectores de venta de objetos destinados a celebraciones religiosas andinas (la calle Linares) y los que proveen elementos para la medicina natural (calle Melchor Jiménez). Mientras que un tercer sector se volvió ambulante y corresponde a adivinos que, cosa rara para ese oficio, ofrecen ver el futuro o descubrir “cualquier brujería” en contra del cliente. Todos ellos se vieron además constreñidos por la proliferación de la venta de tiendas de artesanías cada vez más industriales y menos autóctonas.
Baste señalar que, actualmente, sólo seis negocios se dedican en forma exclusiva a la religiosidad andina. Es decir, el otrora célebre sector de las “chifleras” ha llegado a su mínima expresión en siglos. Antiguos vecinos recuerdan que en décadas pasadas ellas eran decenas y la esencia característica del singular mercado.
“La gente viene aquí para que se los preparemos ‘mesas’ para diferentes ocasiones, sea para mejorar su negocio, salud, construcción. Se los preparamos de acuerdo a lo que desean y a cuánto quieren pagar. La ‘mesa’ más barata es 20 bolivianos y depende de cada uno hasta cuánto paga y para lo que requiere”, afirma María, una de las vendedoras y dueña del local.
Mario, uno de los vecinos, cuenta que en los últimos 10 años la zona ha cambiado “para bien y para mal”. “Antes los puestos de las ‘chifleras’ llegaban hasta el pasaje Jiménez y eran atendidas por sus dueñas, que sabían bien cómo hacer una ‘q’oa’ (sahumerio andino) con todo lo necesario —explica—. Ahora son empleados o inquilinos, quienes desconocen la preparación de estas ofrendas a la Pachamama y repiten lo mismo, sin saber qué hacen, a todos”.
María, la vendedora, reconoce que, dada la escasez de “chifleras de verdad”, sus clientes se incrementaron. Recuerda que antes sus mayores ventas eran en la época de carnaval y de la celebración de la entrada del Gran Poder (conmemoración de la Santísima Trinidad).
“Ahora, casi todo el año vienen a buscar las ‘mesas’, pero más en agosto donde hacen fila el primer día de ese mes —explica la preparadora—. Para llevarse una buena ofrenda, hasta llegan a pagar 2 mil bolivianos. También en año nuevo llegan para pedir la preparación de ‘q’oas’ en su mayoría para pedir dinero”. Además recuerda que, hace unos 15 años, los turistas venían en mayor cantidad, pues había mayor cantidad de puestos y producto totalmente artesanales y se vendían productos más naturales y exóticos.
LA INTROMISIÓN FORÁNEA
“Vienen los turistas, preguntan, sacan fotos, compran algunas cosas para la suerte o la pareja y se van”, continúa la vendedora. Pero también reconoce otro fenómeno extraño que invade al mercado de las brujas como una peligrosa plaga: los artículos de otro tipo de prácticas religiosas provenientes de muy lejanas latitudes.
También en la última década estas tiendas donde se venden artículos para las ceremonias ancestrales se han visto invadidas por cientos de productos chinos, peruanos, brasileños y de la india. Por eso no resulta raro ver la oferta de “gatitos” chinos de la suerte, o la unción de los “siete chamanes de la Amazonía” o el incienso llama dinero de las “sacerdotisas sagradas de Bahía”, al igual que ofrendas a las deidades hindúes para el amor inmortal.
Las vendedoras dicen que mucha gente conoce estos productos debido a una creciente publicidad y comercialización. Entonces resultan encargados por “brujos”, “videntes” y “chamanes” que también han proliferado en ciertos barrios. Así, las ancestrales mesas, colmadas de inciensos, dulcería, hierbas andinas y lana de llama son reemplazadas por exóticos inciensos o pócimas.
“Para algunos es más barato llevarse un incienso de 15 bolivianos a preparar una mesa de ofrenda con un costo mayor a los 100 bolivianos —agrega una de las tenderas—. Además un incienso lo pones en tu oficina y nadie se da cuenta”.
En el sector de las plantas medicinales sucede lo propio. Elvira Quispe, considerada la decana del sector, señala: “Comencé a vender hierbas para las curaciones a principios de los 90. La mayoría de gente que viene nos dice qué enfermedad tiene y le decimos qué puede tomar o qué flores o plantas debe mezclar para realizar para curarse”. Sin embargo, en algunos de los puestos de su entorno también han proliferado pomadas, tizanas y tónicos elaborados en Perú, Brasil, China…
Mientras tanto, quedan ya sólo para los relatos de la historia el ubicar a alguien que pueda dar datos sobre cómo ubicar a un “kallawaya”, un “yatiri” o, quizá, un “laika”. Al parecer, ante tanta competencia e intromisión, optaron por el más radical de los conjuros y después de cinco y, quién sabe, más siglos se fueron.