El mercado Calatayud, refugio de decenas de migrantes e indigentes
Un día más, un día menos, es igual para Félix Quispe, quien se acomoda en el suelo de cemento del pasillo de venta de cosméticos del mercado Calatayud. Sabe que el centro es el mejor lugar, porque la brisa fría golpea más fuerte en la noche por los costados o cerca de los ingresos.
Esta vez se cubre con tres frazadas, una de ellas fue un obsequio de un grupo de jóvenes que en ocasiones suele repartir ropa y comida a las decenas de personas que pasan la noche en la calle; la otra se la regaló en diciembre pasado una autoridad cuyo nombre olvidó, y la tercera se la compró hace varios años. Es martes, casi a las 22:00, en estos días de marzo, el frío parece haber recrudecido y será más intenso en junio y julio, por eso un hule o cartón es necesario para el suelo, Félix lo sabe.
En este ambiente no hay amistad, pero sí, alguna vez, compañerismo para protegerse de los inhaladores de clefa que deambulan por las noches e intentan robarles sus pocas pertenencias. Cada quien sabe cómo sobrevivir y cuidar de lo suyo y, claro, de sí mismo. Cada día tiene su afán, uno más, uno menos, es igual.
Félix es de la tercera edad: tiene más de 65 años, y es de La Paz. En ocasiones trabaja de ayudante de albañil y en otras vende galletas o ropa en las calles. Genera poco, pero es suficiente —dice él— para subsistir. Hoy le tocaba vender; no obstante, no fue una jornada buena porque la lluvia ahuyentó a los compradores.
“Me quedaré unos meses más y luego me iré a La Paz. El clima de Cochabamba me hace bien, además, ya conozco cómo ganarme la vida”, contó mientras se envolvía en las frazadas.
La comodidad esta noche lo acompaña, pero el otro que está a su lado no corre con la misma suerte, sólo lo cubre un hule azul, finge que duerme, no quiere que nadie lo moleste. Félix estuvo así alguna vez.
Como él, hay otros esparcidos en el suelo de los pasillos, incluso debajo de las mesas del sector de comideras. En su mayoría son mujeres migrantes y en medio hay niños, casi todos menores de cinco años.
Sabina llegó de Tacopaya a la ciudad en enero para ganarse algunas monedas con la venta de manzanilla y dulces. Cuenta que suelen pagarle 1 boliviano al guardia para que los cuide de los antisociales.
“Venimos a la ciudad para vendernos y llevar la comida a nuestras casas. Ellos (sus hijos) están en clases y nosotros, ganando algunos pesos”, señaló Sabina. Dice que no conoce a nadie más, excepto a algunas de sus paisanas, a quienes conoció en las calles de la ciudad. En esta fría noche, comparten algunos alimentos antes de dormir mientras cada una va contando cómo fue su jornada.
Sin datos
La Alcaldía, la Gobernación y otras instituciones desconocen la cantidad de personas que viven en esta situación. Ninguna institución cuenta con un dato exacto de esta población.
El dirigente del mercado Calatayud, Carlos Calcina, indicó que entre noviembre y diciembre llegan a ser más de 70 personas en este lugar, por lo que los mismos comerciantes les regalan cartones y, en algunas ocasiones, otros materiales para que pasen la noche. Aunque hay días en que suelen defecar en algunos rincones.
“Eso es lo malo, pero qué podemos hacer; no los podemos echar. Sólo les recomendamos que no hagan eso o que dejen limpio el lugar. Tampoco tienen a dónde ir”, contó.
Ya casi son las 23:00. El tiempo se va volando en la noche, es hora de descansar, porque deben retirarse del lugar antes de las 4:00, ésa es la condición. Afuera se oye el ruido de algunos vehículos que circulan por la avenida San Martín y de personas que anuncian a los trufis que van en dirección a Quillacollo, el ruido se impone.
La aparente tranquilidad que domina el lugar es sorprendida por un grupo de jóvenes de la fundación Ciudad de Refugio que llegan con panes y mates para repartirlos entre las personas.
Félix se acomoda para recibir su porción. Sabina alista su botella de litro por si sobra el líquido. “Esto no sucede cada vez, pero aquí en la calle así es, te sorprende, pero un día más, un día menos, es igual”, dice antes de recibir su refrigerio.
APOYO DE LA IGLESIA Y SU ALBERGUE
La Casa del Migrante Sumaj P’unchay es un albergue que está administrado por el Arzobispado de Cochabamba.
El coordinador de la pastoral de Movilidad Humana, Gualberto Ticona, indicó que cada año, especialmente en invierno y Navidad, suelen realizar campañas con apoyo de la Alcaldía de Cercado e invitan a las personas en situación de calle y migrantes.
Sin embargo, dijo que esta población evita pasar la noche en el albergue pese a la insistencia de los responsables. “Es que no les gusta vivir en un espacio con normas, con reglas, con horarios de salida e ingreso. Prefieren estar en la calle, donde nadie les dice nada. Las mujeres con hijos suelen asistir sólo por los regalos o alimentos y después se marchan, temen perder sus puestos donde pasan la noche (mercado Calatayud)”, añadió.