Populista errante
El pasado 10 de febrero, Evo Morales hacía abandono de Argentina con destino a Cuba, para someterse a un tratamiento médico. Varias versiones fueron circulando tras el viaje no programado del jefe de campaña del MAS y aspirante a una senaduría en Bolivia.
Es la primera vez que el huésped cocalero abandona Buenos Aires, desde que recibiera asilo político en diciembre de 2019, pero es la segunda visita que hace a Cuba. Su salida coincidió con eventos de gran importancia en el plano político y económico tanto en Argentina como en Bolivia. En el caso argentino, el arribo de la delegación del FMI, encabezada por el venezolano Luis Cubeddu, el 11 de febrero –un día después de su viaje– para renegociar una deuda de 4.4000 millones de dólares.
En Bolivia, el TSE observó su candidatura, al igual que la de Luis Arce, del MAS. Su partido, cedió a sus caprichos de habilitarlo en sus listas, para blindarse de supuestas agresiones políticas externas, aunque solo busca gozar de inmunidad para evitar el juicio de responsabilidades.
Más allá de estas y otras argumentaciones, su sola presencia en territorio argentino viene tornándose insostenible e incómoda, en momentos tan vitales para negociar con el FMI el futuro económico de ese país. Al parecer, esta es la razón principal de su partida a La Habana y así evitar tensiones innecesarias entre la Casa Rosada y ese organismo internacional.
Los rioplatenses empiezan a sentir el costo político que representa refugiar al autócrata que, día que pasa, se convierte en aquel “invitado tóxico” que solo causa problemas, desagrado y fastidio.
Tal como están las cosas, llegará el momento en que el mandamás de la Casa Rosada tenga que elegir entre seguir protegiendo a este populista o el financiamiento internacional del FMI, Europa, EEUU y otros; las relaciones bilaterales y el flujo comercial con Brasil y, principalmente la venta de gas boliviano tan requerido en la época invernal.
Sin duda, el populista errante deberá acostumbrarse a hacer maletas constantemente, pues donde va, rápidamente provoca desencanto y, dada su alicaída reputación, es perjudicial a sus anfitriones.
Las opciones del “dulce autodestierro” se van reduciendo, aunque siempre puede recurrir al retorno –cosa que no hará– o, finalmente, asentarse en Cuba, Venezuela o quizá en la fría y lejana Rusia.
El autor es docente e investigador en la UMSS
Columnas de SAÚL MARCELO CHINCHE CALIZAYA