Seguimos en la lucha
Aparentemente nunca será suficiente darle al mismo clavo y seguir martillando con la misma idea.
Las mujeres seguimos oprimidas. El patriarcado insiste en aplastarnos y nosotras, desde cualquier espacio que se permita, emitimos opiniones.
Lo hacemos porque hace 50 años comenzó la revolución por la liberación femenina. Hace medio siglo, como mujer no habría podido obtener un préstamo, usar píldoras anticonceptivas, no colocarme el apellido “de casada” después de mi nombre y un cambio de estado civil.
Cuánto ha cambiado la situación. Parece poco a la luz de eventos macabros. Violadores y feminicidas sueltos por las calles de Bolivia. Ladrones impunes de vidas y cuerpos.
Estremece el caso del psicópata liberado por un juez. Estremece no sólo por la maldad, los hechos y su cantidad, sino por un sistema judicial podrido. Alguien con sentencia y liberado porque estaba “malito de salud” fue el motivo para que estuviese en las calles y vuelva a sus andanzas.
Hubo una nueva denuncia y el delincuente está nuevamente tras las rejas. Ojalá para siempre.
Paralelamente a esta retardada acción de la justicia, hubo marchas en algunas ciudades pidiendo “basta de violencia hacia la mujer”. Con las marchas algo se logra, pero es poco.
Las marchistas son sinónimo de “feminazi”, el peor término. El más banal y estúpido proferido hacia una mujer. Y lo dice el caballero sentado en la peluquería, o el catedrático cool de la U, o por el papá de mi mejor amiga, o por el novio de mi ahijada.
Son los señorones que pontifican desde sus sagrados hogares. Para ellos somos las loquitas, las bellacas que arman berrinches, o a las que nos ha bajado y como estamos en “nuestros” días somos intratables e imposibles de entender.
Señores, no somos unas desatadas ni desenfrenadas. Somos mujeres, que queremos un trato igualitario en todas las áreas en la laboral, social y en la económica.
Queremos ascensos porque somos capaces y no porque al jefecito le daremos el gustito de apretujarnos a cambio de un aumento salarial. Queremos caminar seguras en las calles porque los hombres que pasan a nuestro lado, fueron educados para respetar a la mujer y no hacerla objeto de piropos malsanos.
Queremos dejar de luchar por lo que nos corresponde. Porque somos seres humanos, no por la condición de género con la que hemos nacido.
Queremos, finalmente ser libres para respirar el mismo aire, con la misma libertad y facilidad que un hombre.
Por eso las calles, las marchas y las protestas, porque el empoderamiento femenino no se consiguió bordando (como muchos esperan), o llorando por paredes pintadas (“porque así no es la manera”), sino cambiando, desde el fondo, el enfoque del problema: hay una violencia machista que está negando las posibilidades de las mujeres en todo ámbito. ¿Cómo detener esta vorágine? Con la respuesta a una pregunta: ¿cómo estás educando a tus hijos/as sobre este tema?
La autora es periodista
Columnas de MÓNICA BRIANÇON MESSINGER