Y las mujeres hablaron
Ellas inspiran con sus gritos y arengas, llaman a los hombres a las calles, encienden e inspiran las voces de protesta y cambio. Arengan y marchan enganchadas en corchete caminando por la mitad de la calle. Ellas en la Revolución Francesa, en la rusa o en la del 52. En los alzamientos y las revueltas. Históricamente, las mujeres siempre encontraron lugar en el despertar de las acciones callejeras de cambio. Impulsadas por la promesa, no dicha, de celebrar su ciudadanía y no su rol.
Pero, después, cuando el viento es calmo y el humo de las fogatas se disipa, prima nuevamente el rol. Ellas no gobiernan, no escriben los manifiestos, no llegan al poder real. Un hermoso texto refleja esta cabalgata —entre el rol y la ciudadanía— de las mujeres en el siglo XIX (Historia de las mujeres. Tomo IV. El siglo XIX, dirigido por George Duby y Michelle Perrot)
¿Y en el siglo XXI? Pensamos que las cosas son muy distintas y que hemos superado un mundo de inequidades. Y sí. Es cierto. Superadas están muchas de ellas, pero no todas. La voz de las mujeres es escuchada y algunas saltan al timón de mando y de cambio. Este siglo trae lideresas que no son sólo un lunar en el montón. Se normaliza la posibilidad de mujeres al mando de países aunque no de ejércitos. Artistas, científicas, pensadoras, políticas. Las hay en cada área y no se las esconde. Y aún así, no es suficiente.
Las mujeres hablan y deciden votos y destinos de países. Chile, como ejemplo último. El presidente Boric agradeció su contribución y su voz que permitió su llegada al poder. Y sí me recuerda a las movilizadoras de la Revolución Francesa. Lasso, el presidente de Ecuador, también es un beneficiario de esa voz. En la segunda vuelta electoral la escuchó y visibilizó sus demandas. Y parece haber sido honesto en aplicarse en entenderlas y darles respuesta. En ambos casos, aunque los inspiran ideologías distintas, sus gabinetes tienen mujeres más que sólo de muestra.
En Bolivia, esa voz inspiradora y batalladora está. Dirime votos, saca y pone presidentes. Pero el poder le es esquivo a las mujeres. Y cuando lo detentan la vara es mucho más alta para medirlas. Jeanine, Soledad y Eva, por ejemplo. Desde orillas distintas y más allá de las acciones puntuales de cada una —si estaban equivocadas o en lo correcto— todas pagaron una factura mucho más dura que sus predecesores varones. Ellos con tantos defectos como virtudes las de ellas. La crítica para con ellas siempre es más afilada, los cuestionamientos se lanzan sin miramientos. Nuestros ojos sociales aún ven al poder con nombre de hombre y cuando la imagen es distinta, genera roncha.
Columnas de MARÍA JOSÉ RODRÍGUEZ B.