Mi país
Mi país mestizo, montubio y campesino en la costa, indígena en la sierra y Amazonía se desgarra desde dentro. Es un pequeño país con riquezas en todas sus regiones y reservas minerales y petroleras que lo ubicaron años atrás en el mapa de los países de la economía global ligada a los recursos naturales.
Hoy se debate en pugnas de dictadorzuelos del crimen organizado, rufianes y saqueadores de las arcas públicas.
¿Cuándo perdimos la institucionalidad y el sentido de país?
¿Desde cuándo los sicarios y ladrones de la paz ciudadana hablan al país como si fueran hombres buenos al estilo de Robin Hood modernos?
¿Cuándo las fronteras del bien y el mal se achicaron y los jóvenes de los inmensos sectores populares terminaron por engrosar las filas de las bandas de mafiosos y del crimen organizado?
Tuvimos hombres y mujeres aguerridos en nuestra pasada historia. Ahí están Guayas y Quil, Manuela Cañizares, Manuela Saénz, Vicente Rocafuerte, Dolores Cacuango, Jaime Roldós, los héroes de Paquisha, la actual fiscal Diana Salazar y tantos escritores y presencias inmensas de la talla de José Joaquín de Olmedo, Joaquín Gallegos Lara, Medardo Ángel Silva, Jorge Enrique Adoum, Sonia Manzano, Maritza Cino .
Tuvimos tantas y tantos más en diferentes campos y artes, como Guayasamín, mágico y eterno.
Hoy la institucionalidad parece olvidada, los gobernantes de turno colocan a sus partidarios leales o a familiares en los puestos clave del Estado y el mérito para el cargo es prácticamente inexistente.
Otrora han quedado las virtudes públicas. Parecen antiguas y ajenas en un Ecuador que sigue rindiendo pleitesía al populismo desafiante que diligentemente ha menguado los fondos públicos, ha abierto las fronteras patrias de forma temeraria y ha sembrado esperanzas y confusos delirios en los corazones confiados.
Hasta ahora el faro que guíe a la democracia ecuatoriana parece inexistente, flanqueada como está por individuos y causas políticas a los que parece interesarles poco el civismo, entendido desde Victoria Camps, como la convivencia digna. Además de la corrupción imparable que asola el país y que contribuye a debilitar el valor de la democracia.
Este país mío de ríos y montañas, de playas y sol, me duele en el alma.
La autora es docente en la Universidad Mayor de San Andrés
Columnas de NELLY BALDA CABELLO