Tributo a María Luisa Talavera
Existen personas que trascienden los estrechos linderos de las vidas comunes. María Luisa Talavera Simoni, docente e investigadora universitaria, fue una de ellas. Era generosa, respetuosa de las ideas ajenas, atenta al mundo. Escribía con propiedad y sencillez. Observaba atentamente antes de emitir un criterio y se sentía orgullosa de sus raíces: el sur de Bolivia. Parecía no tener prisa, su hablar era pausado y tenía la prestancia de quien posee un conocimiento afirmado. Su sentido de país estaba influenciado por su visión de la patria latinoamericana. Abrigaba esperanzas de cambios para el continente y su compromiso con la educación boliviana fue indeclinable. Sentía que la educación tenía que experimentar un viraje para realmente ser una estrategia del desarrollo.
La formación docente en Bolivia estuvo en el centro de sus preocupaciones investigativas por más de 30 años. En su cátedra universitaria en la carrera de Educación de la Universidad Mayor de San Andrés, (UMSA), escrutaba a los potenciales investigadores y se esforzaba por dotarlos de herramientas para investigar. Era una apasionada de la etnografía, quizás por su espíritu solitario y reflexivo.
Era fiel a sí misma y a una vida sin poses, con detalles auténticos, disfrutando tanto de una conversación sobre el futuro de la educación como de rememorar su vida familiar en su lejana Yacuiba.
Me animó a escribir sobre mi ejercicio docente en la universidad poniendo en el centro preguntas escrutadoras. Hablábamos por muchas horas incluso de los vaivenes del tiempo y de la vida. Era objetiva y profunda y sabía acompañar los duelos y pérdidas. Era una amiga de verdad. Quizás la mejor que tuve en esa época.
Fue educada en valores universales y le concedía a la amistad un valor singular. Compartíamos un entrañable sentimiento de cuidado por la familia. Ella adoraba a sus hermanas, a cada una, y su madre era objeto de su atención y preocupación permanente. Tenía un interés genuino por la vida, el futuro de los jóvenes y el rumbo del país. También, miraba de cerca la evolución de su único hijo bajo una lupa de respeto y amorosidad.
El tiempo ha pasado inexorable y ella ya no está con nosotros. Fue una pérdida inmensa para la investigación educativa del país, igual que para sus amigos entre los que me incluyo. María Luisa era no solamente una académica respetada sino una mujer decidida, de firmes convicciones socialistas y profundamente convencida del valor de la educación en un continente desgarrado y vulnerado como América Latina. Por eso su cátedra estaba imbuida de serena reflexión y crítica juiciosa más el componente de solidaridad con una Latinoamérica unida y poderosa en su diversidad.
Recuerdo con exactitud el día que la escuché en un evento internacional de educación superior, en Santiago de Chile, y ella expuso unas de sus últimas investigaciones sobre formación docente. Fue tan versada y elocuente que al final de su disertación, los presentes la ovacionaron de pie. Estuvo emocionada y luego con su inefable sonrisa, volvió a ser la misma. No se dejaba llevar por futilidades, lo suyo era el trabajo constante y el esfuerzo permanente con humor y lucidez.
En los meses previos al final de su vida me visitaba con frecuencia en mi oficina y se volvió una presencia querida para el personal. Un par de días antes de su fallecimiento conversamos de la vida y de la muerte, de los tantos proyectos que tenía por terminar. No necesitaba que nadie le infundiera fuerza, la tenía en sí misma. ¡Fue una luz inmensa en este continente ávido de voces auténticas! La he invocado con frecuencia, porque en América Latina somos así y creemos en la comunicación con otras formas de vida y su sonrisa imbatible siempre me llena el alma. Ojalá la próxima reforma educativa en Bolivia, lleve su nombre. El país se lo debe.
Columnas de NELLY BALDA CABELLO