Cuando los bosques bolivianos renacen
Mientras unos deforestan los bosques bolivianos, destrozando sus incalculables recursos, otros logran que renazcan. Una práctica cuyas consecuencias suman una serie de virtudes en todos los campos: recuperación de fuentes de agua, productividad, fuentes laborales, freno a la migración, etc. Sin embargo, sus esperanzadoras perspectivas aún no se masifican. Sucede lo contrario en el otro frente donde hoy como ayer la destrucción en nombre del desarrollo no mide los daños ni considera la remediación.
Así sucedió, por ejemplo, en Chuquisaca, especialmente al desatarse el auge de la plata del mítico Cerro Rico potosino. “El empleo del mercurio para la extracción de la plata por amalgama envenenaba tanto o más que los gases tóxicos en el vientre de la tierra —relata Eduardo Galeano en Las venas abiertas de América Latina—. Hacía caer el cabello y los dientes y provocaba temblores indominables. Los ‘azogados’ se arrastraban pidiendo limosna por las calles. Seis mil quinientas fogatas ardían en la noche sobre las laderas del Cerro Rico, y en ellas se trabajaba la plata valiéndose del viento que enviaba el ‘glorioso San Agustino’ desde el cielo. A causa del humo de los hornos no había pastos ni sembradíos en un radio de seis leguas alrededor de Potosí, y las emanaciones no eran menos implacables con los cuerpos de los hombres”.
Esas 6.500 fogatas que iluminaban el Sumaj Orco, desde mediados del siglo XVII, no eran las únicas. Otras decenas de miles servían para cocinas, calefacciones y fundiciones que precisaban los 160 mil habitantes que entonces tenía Potosí. Como es sabido, la fiebre de la plata la convirtió en una de las ciudades más pobladas del planeta. Y para alimentar semejante requerimiento de energía, el combustible fueron miles y miles de árboles de los valles chuquisaqueños.
Fueron víctimas de una sostenida depredación que apuntalaba el saqueo del mítico yacimiento de plata, y lo seguirían siendo durante mucho más de un siglo. “El problema grande de la deforestación está en la zona andina y subandina de Chuquisaca —dice el agrónomo José Andrade—. Ahí han sumado la explotación intensiva de leña que hubo, el sobrepastoreo y el corte de plantas para carbón que llevaban a la Fundición de Vinto. Fue una depredación tremenda desde la colonia. En las crónicas se relata que cuando Pedro Anzures vino a fundar Sucre encontró un bosque lleno de cedros, molles y algarrobos. Había especies tan nativas como la quewiña que prácticamente desaparecieron”.
Deforestación siglo XXI
Andrade trabaja en la región desde hace más de 50 años. Cura aquellas profundas y centenarias heridas, justo en la zona donde se dividen las aguas que van hacia el Plata y el Amazonas. Ha logrado regenerar un bosque propio e impulsado y apoyado la regeneración de varios miles de hectáreas ajenas afectadas por la erosión en Chuquisaca. Desde su hacienda de San Antonio de Aritumayu, rodeado por miles de pinos y florestas, predica con el ejemplo. Es más, aguarda esperanzado que las autoridades se animen a lanzar un vasto proyecto nacional que haga historia.
En el caso cruceño, la deforestación resulta más reciente, pero también ha dejado huellas y marcas que llamaron la atención a nivel mundial. Esta vez los fuegos se cebaron con el fértil y prolífico bosque amazónico en sus singulares, a veces únicas, variedades. Los reportes de la Fundación Amigos de la Naturaleza (FAN) señalan que, entre 2012 y 2022, sólo por incendios, el departamento cruceño ha perdido 17,5 millones de hectáreas, 33 por ciento de superficie boscosa. Según la FAN, a nivel Bolivia, hasta 2019, se deforestaron más de 8 millones de hectáreas de bosque. Esto implica un ritmo equivalente a la superficie de 33 canchas de fútbol calcinadas por hora. La fundación añade que estos desmontes se intensificaron especialmente desde 2015.
Forestería análoga
En medio de semejante destrucción, hay quienes optaron no sólo por proteger los bosques, sino también por hacer que renazcan y bajo novedosos criterios. “Desarrollamos la forestería análoga como una respuesta a la destrucción y degradación de los ecosistemas boscosos —explica Miguel Ángel Crespo, director de la organización Productividad Biósfera y Medioambiente (Probioma)—. Esta forestería trata de emular lo que era el bosque a partir de unos pequeños bosquetes residuales. En ese marco se trata de hacer una analogía de lo que era antes”.
Constituyen esfuerzos de décadas que combinan estudio, experimentación y paciencia. En el caso chuquisaqueño la feliz experiencia, basada en el molde de la clásica agroreforestación, empezó con la iniciativa de la desaparecida Corporación de Desarrollo de Chuquisaca (Cordech). Andrade recuerda que, en 1971, ante la dramática erosión que se evidenciaba en el departamento, se procedió a plantar, primero, miles de eucaliptos. Es decir, una especie foránea que se buscó adaptar a la región. La iniciativa fue apuntalada por la Universidad Autónoma de San Francisco Xavier (UASFX). Luego, Andrade tuvo la iniciativa de introducir una especie que resultaría más armoniosa y productiva: el pino radiata.
“Comenzamos a buscar el hábitat ideal para este pino, debían ser regiones templadas, semifrías o frías y las ubicamos en Aritumayu —recuerda José Andrade—. Incluso cotejamos con los saberes ancestrales de los campesinos de la zona que, de principio, no querían aceptar los pinos. Luego, en 1990, llegó la misión forestal suiza para América Latina. Decidimos, entonces, iniciar un programa más amplio de plantaciones de pinos y se concibió y financió el Plan Forestal (Plafor) que generó el entusiasmo de los propios campesinos. Se llegó a una plantación de 3.500 hectáreas, pero, lamentablemente, luego hubo una paralización de casi 10 años debido a los problemas de la descentralización”.
Un bosque ejemplar
Andrade, en ese tiempo, también lanzó un proyecto personal en la exhacienda de San Antonio de Aritumayu. Instaló su propio vivero. Inició luego una intensiva reforestación en un área que se había convertido en un árido erial surcado por un cada vez más delgado río Aritumayu.
“Hubo bastante estudio e investigación. Por ejemplo, en un principio los pinos radiata no crecían y, entonces, aprendimos que debía procederse a un proceso de simbiosis con los hongos. La introducción de los hongos tuvo un efecto multiplicador en diversas dimensiones. Fue muy exitosa”, dice.
Andrade añade que las iniciativas de reforestación en Chuquisaca se inspiraron en las que se realizaron en el parque Tunari de Cochabamba. Recuerda que, igualmente, hubo en Tarija el programa que se centró en la reserva de Sama, Tarija. Casos que, en los últimos lustros, han sido objeto de quemas y deforestación basada en avasallamientos. En Santa Cruz, el proyecto de forestación análoga surgió en la zona de San Luis. Es un centro agrobiológico ubicado a 55 kilómetros de la capital cruceña sobre la antigua carretera a Cochabamba, entre los parques Amboró y Parabanó.
“Allí empezamos a experimentar con la reconstrucción propia y natural del bosque, es decir, la forestería análoga —explica Miguel Crespo—. A diferencia de la agroforestería, la forestería análoga no sigue un orden de sucesión de estratos, de plantas o de especies. Sigue el “desorden” que hay en la naturaleza, pero que se halla dentro de una armonía de especies, sigue la lógica de la naturaleza. Bajo una serie de procedimientos se busca crear un bosque productivo, que proporcione protección del medioambiente y tenga cierta estabilidad económica para quienes viven dentro o alrededor del bosque. Ahí se puede hallar especies que tienen utilidad para la medicina, para la farmacología, la cosmetología, la alimentación”.
Más resultados
Y si esos son los notables frutos de la regeneración y hasta el renacimiento del bosque amazónico, la reforestación chuquisaqueña también exhibe naturalmente los suyos. “Cambió el clima, se produce un maíz de alta calidad, hay manzanas, duraznos, ciruelas. Los pinos funcionaron como cortinas rompevientos, retuvieron humedad en el suelo y aumentó el caudal del río, ya no se seca —destaca Andrade—. También se ha logrado un uso racional de la madera tanto, desde hace muchos años, de los eucaliptos como luego de los pinos”.
Vale añadir que también surgieron importantes sitios turísticos.
San Antonio de Aritumayu se ganó un destacado lugar en la oferta de atractivos de la capital del Estado. Muy probablemente esta hacienda, de aproximadamente 79 hectáreas, sea el mejor ejemplo de la reconstrucción del bosque. Entre los juegos de contrastes que rodean al río surgieron paisajes que deleitan a propios y, especialmente, a ajenos.
La esperanza de José Andrade es que lo logrado se multiplique en progresión exponencial gracias al apoyo de las autoridades nacionales. Este reconocido catedrático chuquisaqueño realizó sus estudios de posgrado en Israel y recuerda cómo allí se creó bosques donde antes hubo desiertos. “Incluso alguno muy parecido a nuestros bosques chaqueños —remarca—. Si las Fuerzas Armadas destinaran un tiempo para que los conscriptos se dedicaran a reforestar, sería posible. Ellos podrían ser supervisados por estudiantes de agronomía como sucedió con los campesinos cuando el Plafor. Podría realizarse en gran parte del país. Los réditos económicos permitirían compensar parte de lo que el Estado invierte en las FFAA”.
Andrade prevé también que esa labor permitiría que muchos campesinos que hoy emigran a las ciudades a realizar trabajos informales permanezcan en el campo. Ello daría pie a que desarrollen trabajos estables y productivos. De hecho, lo ya realizado posibilita una expansión de alrededor de 3.500 hectáreas donde hay bosque regenerado y productivo.
“For export”
En el caso cruceño no hay cifras muy precisas debido a que las iniciativas han sido dispersas. Se calcula grosso modo que aproximadamente 160 hectáreas de bosque amazónico han renacido. Pero son decenas de empresarios y comunidades que ya optaron por la forestería análoga en mayor o menor grado. E, incluso, el proyecto se volvió de exportación. Crespo señala que se les ha pedido asesoramiento para forestería análoga tanto en Paraguay como en Brasil.
¿Será que el entusiasmo de Andrade en los Andes y de Crespo en la Amazonía cobra fuerza y transforma las mentalidades incendiarias y depredadoras? Por ahora, las 8 millones de hectáreas arrasadas por agroindustriales transgenéfilos, otras cientos de miles destruidas por cocaleros, madereros, petroleros y mineros parecen opacar toda esperanza. Sin embargo, las cerca de 3.700 hectáreas de nuevo, fértil y esperanzador bosque labrado a fuerza de voluntad, investigación e idealismo muestran que el milagro es posible.