Triple aplazo del Defensor del Pueblo
Cuando el Gobierno del Movimiento Al Socialismo optó por elegir a uno de sus cumpas para controlar la Defensoría del Pueblo como un nuevo espacio para dar pegas y para alabar al Ejecutivo, cometía un nuevo y grave error estratégico. Error que se suma a las agresiones contra la Iglesia y contra la prensa. No existen mediadores para evitar estallidos de violencia social.
El titular nacional de la entidad inspirada en la democracia nórdica europea es una persona ajena a la tradición institucional de 40 años en defensa de los derechos constitucionales. Lo escuchamos participar en seminarios sobre pueblos indígenas desde la óptica político partidaria. Quizá esa falta de praxis y de teoría impidió un examen de excelencia ni siquiera ante sus pares de la Asamblea Plurinacional Legislativa.
Sus bajas notas no cambiaron en su trabajo. Eligió como principales colaboradores a otros oficialistas. Uno que destaca por luchar por los derechos sexuales que poco conoce los centros mineros donde se forjó la lucha por instalar el proceso democrático en Bolivia y tampoco los obreros lo conocen.
Otra, más experimentada, cobró notoriedad en los últimos años por actitudes violentistas para tomar la sede de la Asamblea Permanente de Derechos Humanos de La Paz. ¿Qué sector en conflicto tendrá confianza en ella como mediadora para encontrar puntos de solución a alguna demanda? ¿Qué dijo frente a la cortina de hierro para humillar a personas con discapacidades físicas y mentales?
En los departamentos, los delegados son igualmente afines. El propio Primer Mandatario y reelegido máximo dirigente cocalero Evo Morales instruyó a la Defensoría del Pueblo estar al servicio del Gobierno puesto que “el pueblo está en el poder”. ¿Cómo reconstruir así la falta de legitimidad que rodea al Defensor?
En el complejo problema de los cooperativistas y cuentapropistas de la semana pasada, la otrora entidad mediadora mostró su fase más lamentable: la cobardía. No es fácil ir a pecho descubierto a ver in situ una protesta violenta. Sin embargo, es la fuerza moral la que gana a la dinamita. No fue el caso, una lágrima.
Casualmente, hace 30 años, en la misma carretera, los mineros asalariados marchaban por la vida, por la dignidad, por sus empleos. Detenida en el cuartel de Patacamaya me tocó presenciar los preparativos militares para enfrentar a los obreros y el apresto de los tanques. Cuando parecía que la sangre mancharía esa mañana, Monseñor Jorge Manrique de La Paz persuadió a los soldados y muchas muertes fueron evitadas.
La autora es periodista.
Columnas de LUPE CAJÍAS