Notre Dame y el fuego de Belcebú
La arquitectura, más allá de lo simplemente utilitario, es la representación del metalenguaje simbólico del poder, su presencia expresada en los espacios urbanos se manifiesta como un mensaje con formas abstractas; su simbología básicamente expresa el poder absoluto de los gobernantes de manera palpable, pues son el marco ideal para las apariciones públicas de los soberanos, llevando a la manifestación de su condición de “divinidad”.
La arquitectura es un símbolo de poder, así lo manifiestan los monumentos de los imperios que han dejado su huella indeleble en la historia de la humanidad: Egipto, Grecia, Roma y luego la Edad Media y la era cristiana con las catedrales, estas que constituían la fusión del poder de la iglesia y de los príncipes destinadas a abrumar al hombre común con su grandeza y belleza sin límites.
La arquitectura cristiana medieval aplica todo un universo de símbolos relativos a pasajes de la Biblia y las estructuras en forma de cruz hacen alusión a la pasión de Cristo, quien es en la lógica medieval el que otorga el poder territorial papal y este a las familias de reyes, quienes son por lo general los mecenas que ordenan construir monumentos símbolos de ese poder terrenal.
La por ahora destruida catedral de Notre Dame es una de esas expresiones de belleza celestial en la tierra y cual reloj pétreo marcó los tiempos de Francia, principios y finales de hechos históricos. Napoleón se autocoronó en Notre Dame con el lema “la revolución soy yo” empero pone punto final a la Revolución Francesa y a los afanes de Robespierre y de los jacobinos.
La onda expansiva de este hecho genera cambios en la configuración de los poderes europeos y llega hasta nuestras tierras pues el nombramiento del hermano de Napoleón como rey de España origina el germen de los primeros movimientos libertarios en América en 1810.
Notre Dame ardió en una Francia propiciatoria del humanismo ateo que ha generado la “descristianización” de la sociedad europea que ha renunciado a sus raíces cristianas en nombre de la razón y la libertad, hecho que obviamente ha convertido a catedrales como Notre Dame en iconografía urbana turística desprendida de todo espíritu religioso, por lo que se puede decir que lo que se quemó es un monumento y no una “iglesia” en su acepción propiamente dicha. Y es que Francia, además de ser cuna del ateísmo libertario es además anticlerical y anticatólica por esencia, por lo que la psique colectiva de los movimientos libertarios postmodernos consideran estos monumentos como un arquetipo de la relación Dios – hombre, construidos con la visión de dar majestuosidad, belleza a un lugar dedicado al culto de la divinidad y a la nobleza de algunos humanos privilegiados. Por lo tanto, son un mal recuerdo del pasado cristiano por lo que se ha generado toda una cultura anticatólica que ha penetrado todas las capas de la sociedad francesa.
El anticatolicismo europeo en general y francés en particular emerge de la idea de que el concepto católico de la sexualidad es conservador, antifeminista y homofóbico, empero a la par de esta idea se ha generado todo un constructo comunicacional dirigido a cuestionar la sexualidad de algunos sacerdotes y destapar escándalos de abusos que ha provocado incluso la realización de una especie de cumbre católica para abordar estos temas.
Obviamente que este cóctel deriva que el anticatolicismo sea expresado especialmente en acciones de grupos de activistas vinculados a movimientos prolibertades sexuales y de género con algunos niveles de hostilidad muy fuertes. Asimismo, se debe considerar que existen colectivos como los musulmanes que son el grupo migrante más influyente en Francia que tienen capacidades de movilización muy grandes y tienen el ritmo de reclutamiento de nuevos adeptos en alzada mientras los católicos están en decaída absoluta.
La caída de Notre Dame, según algunos analistas, marca quizás la consumación del fin del catolicismo en Francia, por cuanto a diferencia del antisemitismo que ha sido prácticamente exterminado y el antiislamismo que no es permitido legalmente, el anticatolicismo es abiertamente permitido y promovido. Empero curiosamente el día del incendio de Notre Dame, el presidente Macron, representante de la denominada derecha francesa lanzó un mensaje inesperado: dijo que quiere “reparar” el vínculo “dañado” entre la Iglesia y el Estado, provocando la ira política del ex primer ministro socialista Manuel Valls que le recordó que el Estado francés es laico por Ley desde 1905 y manifestó que ese laicismo es un “tesoro” francés asimismo el presidente del partido socialista y ex candidato a la presidencia de Francia Jean-Luc Melenchon, lanzó en twiter “Macron en pleno delirio metafísico insoportable, esperamos un presidente y escuchamos un subcura”.
Sin duda el señor del fuego, aquel Baal de la mitología cananea eligió la semana santa para mostrarnos el poder del fuego que destruyo 800 años en 20 minutos y detrás de los humeantes restos de la aguja de Notre Dame seguro se iniciara un antes y un después en la política francesa, quizás europea y como ocurrió en el pasado, no será extraño que esos vientos, envueltos en los humos del incendio lleguen hasta nuestro continente.
El autor es abogado
Columnas de JORGE ERNESTO IBÁÑEZ