Voto útil 2.0
Polkos Yares, un poeta de quien Nadie quiere acordarse, escribe: “Inventamos la memoria para recordar las rosas”. También otras cosas… buenas y malas. Hoy quiero evocar a Carlos Mesa y mi cautela crítica hacia el político. A diferencia de Jorge Quiroga respecto de “papá” Banzer (2000), muchos creen –no piensan– que Mesa traicionó a Sánchez de Lozada en 2003 para incubar el Huevo de la serpiente (¿recuerdan ese estupendo filme de Ingmar Bergman?).
Su ambigüedad intelectual y accionar político son proverbiales: sí o no, pero tal vez o acaso. Señalo que fue aliado (subordinado) de Evo Morales en el juicio contra Chile en la Corte Internacional de Justicia de La Haya. El curioso lector puede agotar los motivos de Mesa para haber aceptado ser parte de esa farándula marítima. Bolivia todavía espera que asuma “su” responsabilidad que dijo iba a asumir.
La coherencia del recuerdo –no la ideología– exige destacar su importancia al frenar al MAS en las elecciones de octubre de 2019. Sin la candidatura de Carlos Mesa, Evo Morales y García Linera seguirían gobernando ahora preparándose para un nuevo mandato constitucional de corrupción, violencia y desequilibrio mental: “Si volvería, hay que organizar, como en Venezuela, milicias armadas del pueblo”. La pesadilla que no fue se debe, en buena medida, a Comunidad Ciudadana y Unidad Nacional que unificaron el voto opositor por encima de consignas partidistas o de región: “Al César lo que es del César”. El empujón final lo dieron los cívicos y las pititas que salieron cuando terminó la pelea electoral y los “jueces” decidieron por “puntos” fraudulentos, la victoria de la evocracia.
Después de la era de Evo Morales seguimos empantanados en el laberinto electoral con Evo Morales dueño del fósforo y una posible “Ley de Inmunidad”. Nadie puede prever la apuesta del MAS. Está devaluado y manchado con el mayor fraude en la historia democrática de Bolivia. Cierto, pero parece que no importa, y esta es la mejor prueba de que no somos Suiza: ¡todavía puede ganar! Los “mazis” que no huyeron, en vez de pedir disculpas (no necesitan arrodillarse) e identificar a los responsables del delito, se declaran inocentes de robar el voto popular. El imperio y la derecha, como siempre, complotan contra estos “revolucionarios” de dignidad en sus bolsillos, y mentiras en sus ideales. Lejos de exigir cuentas a Morales –lo mínimo– o de expulsarlo del partido con ignominia, siguen rindiéndole pleitesía y se apresuran en romería a Buenos Aires a recibir instrucciones delincuenciales contra la paz y la democracia: “Cero kilómetros” se vanaglorian los llunkus. ¿Y la izquierda seria –pregunto– ya nunca más?
Evo Morales tiene una ventaja enorme. Nadie le exige propuestas ni debates. Su ignorancia pesa más que la ética de sus seguidores. Y la soberanía, cree, es ser vasallo del colonialismo porteño. Está tan ciego que no quiere despertar. Simula dormir. No piensa ni escucha al pueblo. Desde sus alturas impone decisiones con su dedocracia cariñosa: “Lo que diga mi dedito”.
La oposición es diferente. Abunda la libertad de pensamiento y acción; y, por eso, cualquiera, con o sin camiseta (gorrita), se considera presidenciable: tara y belleza de la democracia. La política, a la velocidad del pensamiento, entontece a los (in)sensatos. Ojalá lloviera café y no candidatos porque en este escenario cabe la probabilidad –el barro no tiene la culpa– de un triunfo “mazi” en primera vuelta. La respuesta sigue siendo el voto útil: apoyar al jugador que gana el partido. Carlos Mesa, los jóvenes y las mujeres tienen, de nuevo, la misión de detener al MAS. Estimo que después de recibir el voto mayoritario democrático, Mesa es una persona transformada, más noble y sabia. Un consejo: haga ruido pero dialogue sin recitar “reformas de–mentes”. Nada es absoluta, ni siquiera la libertad de expresión. Hay que recuperar el Estado de derecho, fortalecer las instituciones (justicia, policía, contraloría…), garantizar igualdad de oportunidades y dejar de hacer contratos “lascivos” al Estado como lo hacía el MAS. Y ojalá que Samuel Doria Medina, buen jugador del ajedrez político, siga enseñando a actuar como estadista. Vale.
El autor es economista y filósofo
Columnas de GUSTAVO V. GARCÍA