Grandes miniaturas de Alasitas
Antes de la invasión española, una especie de Navidad andina se vivía cerca de lo que hoy es La Paz. Así lo señaló el célebre investigador Arturo Posnansky. La fiesta se realizaba en torno al 23 de diciembre y el protagonista central era una pequeña estatua de la deidad llamada Ekako. Pequeña, pero portadora de la magia de la fertilidad y la abundancia que llega en el zenith de los equinoxios.
Según cierta leyenda, en 1781, una historia de amor y amistad hizo que la fiesta trascendiera los siglos y se expandiera. La ciudad sufría el cerco de Túpac Katari, pero Isidro Choquehuanca, uno de los soldados del caudillo, se daba modos para visitar a su enamorada, Paulina, quien servía al gobernador Sebastián Segurola y su esposa. Antes del conflicto le había regalado un Ekako o Ekeko. Y durante el cerco que atormentaba de hambre a La Paz, le llevaba en secreto alimentos a su amada. Paulina, conmovida por los padecimientos de los Segurola, empezó a compartir sus víveres y a atribuirlos al pequeño Dios.
Tras el final del cerco, Segurola oficializó la celebración de las alasitas, en agradecimiento al Ekeko. Sincretizó aquella fiesta con su devoción a la Virgen del Carmen y, por eso, movió la fecha al 24 de enero. Desde entonces, miles de bolivianos van a sus alasitas a buscar esas pequeñeces como señal de que a sus vidas les llegarán días grandiosos gracias a la magia del Ekeko. Hitos en el tiempo, una casita, un buen lote de víveres, una maleta viajera, un gallo o una gallina que garanticen el amor, herramientas para tener trabajo, el infaltable detalle del dinero…
Los devotos aseguran que los milagros llegan, los psicólogos que se trata de poderosos elementos de autosugestión. Lo cierto es que las alasitas, aquella fiesta en la que se gasta dinero verdadero para comprar dinero falso en pos de que llegue dinero verdadero, no han perdido su energía ni mucho menos.
La fiesta paceña, originaria del cercano y milenario Tiahuanaco donde se encontraron las más antiguas estatuillas de ekekos, se celebra con variantes de fecha en diversas capitales de Bolivia, incluidas las amazónicas. También se ha expandido a varias ciudades peruanas, argentinas y hasta a algunas ciudades de EEUU y Europa, a cuenta de inmigrantes bolivianos. Es más, los recorridos rituales en la ciudad de La Paz durante la Alasita fueron declarados Patrimonio Inmaterial de la Humanidad por la Unesco en noviembre de 2017. La fiesta de las pequeñeces resulta cada vez más grande.