Neocolonialismo e imperialismo
Mediante el decreto supremo 3973, se acaba de autorizar el desmonte 45.000 kilómetros cuadrados de territorio en los departamentos de Beni y Santa Cruz. Este decreto es un reflejo de una política neocolonial e imperialista sustentada por nuestro sistema económico. Veamos esto.
Es política neocolonial porque está dirigida a satisfacer las necesidades de alimentos y materias primas de China, que desea comprar carne vacuna a nuestro país. Expresado así, suena favorable. Empero, esto significa marginar la preservación de los bosques de nuestro país en favor de un afán de exportaciones. ¿Y para qué esas exportaciones? En parte, indudablemente, para fortalecer nuestras reservas monetarias; pero en lo fundamental para comprar autos nuevos y más y más productos chinos, además que esa tutela neocolonial significará mayor injerencia china en nuestra economía. Vivimos en el siglo XXI, no en el XIX o el XX. La economía y el cuidado de las tierras, con la consecuente preservación de los bosques, es prioridad.
Un ejemplo y bien concreto. Cuando Kruschev presidía el gobierno soviético, se implementó en las tierras rusas una política de deforestación para aumentar la superficie de tierras cultivadas. Esa era una mentalidad del siglo XIX. Justamente en la segunda mitad del siglo XX se revolucionó la productividad de las plantas cultivadas. Primero nuevas y perfeccionadas técnicas de selección de semillas, y luego los transgénicos, han incrementado sustancialmente la productividad. Consecuentemente, la expansión de las tierras agrícolas en Rusia fue una política antieconómica. Es sencillo: cultivar cuatro hectáreas significa un esfuerzo cuadruplicado frente a cultivar una sola hectárea, pero con nuevas semillas que produzcan cuatro veces más. Es una lógica económica clara.
Veamos un ejemplo en el tiempo. En la pobreza del medioevo, era usual que una hectárea cultivada produjese dos toneladas de granos. Actualmente con una hectárea se produce 20 y hasta 40 toneladas. Una vaca, de esas que trajeron los españoles en la época colonial, dará cuatro litros de leche diarios como promedio. Una vaca holando-uruguaya, de esas habituales entre los productores lecheros de los valles, produce 10 veces más.
El siniestro decreto supremo 3973 que acaba de dictarse, sigue el mal camino de la política agraria de Kruschev.
Además de ser neocolonial, anteponiendo las exportaciones a la conservación del país, esa deforestación significa arrebatar sus bosques a los pobladores originarios. Personalmente, no conozco mayormente el oriente boliviano ni sus etnias, pero recuerdo que siendo joven caminé por los bosques de la provincia de Gutiérrez o del Sara, en Santa Cruz. Llegados a la profundidad del bosque ya no había monos. ¿Por qué? Porque los entonces llamados “bárbaros” los comían. Qué pueblo o etnia era el que vagaba por esas tierras, que eran suyas, no lo sé. Lo cierto es que se les ha despojado de sus tierras, mediante los odiosos decretos que distribuyen las tierras ajenas en favor de los que las invaden. Esas mismas tierras en la provincia del Sara son actualmente propiedades agrícolas en Santa Cruz.
Eso se hizo en el pasado, pero ahora hay que suspender esa política imperialista y etnocida. Esas no son tierras de los bolivianos, son de los lugareños que las habitan ancestralmente. Bolivia es de los bolivianos, pero el Estado no es dueño primigenio de la tierra; esa es una falacia que mal encubre la rapiña. Así que urge que la ciudadanía abandone esa política imperialista y neocolonial, y que el gobierno, que dice ser anticolonial y antiimperialista, suspenda su decreto supremo 3973 y deje de ser sirviente del neocolonialismo y del imperialismo, tanto nacional como chino.
El autor es escritor
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