De ricos y de Modos del privilegio
El libro Modos del privilegio tiene aire a libro de historia económica de empresas y de emprendedores bolivianos, pero su objetivo es describir rasgos de la alta jerarquía económica de Bolivia. Eso es Modos del privilegio. Alta burguesía y alta gerencia en la Bolivia contemporánea de Fernando Molina y publicado en 2019 por CIS de la Vicepresidencia del Estado.
Afirmamos con evidencia, dice, “que ni los indígenas ni los mestizos más indigenizados han podido formar parte de la alta burguesía ni de la alta gerencia, ni tan siquiera en un solo caso. Ese hecho connota un ‘privilegio’ en favor de un determinado grupo de estatus, el jailón”. Y concluye con una afirmación de gravedad: “Verificamos en Bolivia la convergencia entre clases sociales y grupos de estatus étnicos, convergencia de tipo estamental y, por tanto, colonial”. Una conclusión que si fuese de tal manera se podría decir que somos una sociedad pre capitalista.
Antes de seguir con la afirmación central del libro, nos motiva señalar dos aspectos que merecen resaltarse: Uno, es su capítulo “Marco teórico e histórico”, que por sí solo es un sobresaliente estudio de la sociedad boliviana con relación al problema étnico de nuestra sociedad no homogénea. Y el otro, son sus páginas sobre la alta burguesía y la alta gerencia en Bolivia, que sobre todo conforman una historia de las grandes empresas y fortunas bolivianas y al mismo tiempo se presenta un ranking de esas empresas.
Volviendo a los modos del privilegio, Molina reconoce que todos los grupos económicos se generaron a partir de una “oportunidad de mercado”, que supieron aprovechar emprendedores que contaban con un conjunto de ventajas psicológicas, habilidades de relacionamiento y conocimiento. Dice que los protagonistas (Samuel Doria Medina Arana, Osvaldo Monasterio Áñez, Javier Zuazo Chávez, Silvio Marinkovic, Mateo Kuljis y Julio León Prado, entre otros. De paso hago notar que su listado de grandes empresarios no incluyó a Julio Novillo, de gran fortuna producto del negocio inmobiliario y de origen colla asentado en Santa Cruz) provienen de abajo y serían ejemplo de movilidad social. “Todos tienen una marca de excepcionalidad moral. Sin embargo, ninguno de ellos provino de los grupos de estatus indígenas o mestizos indigenizados”. Molina advierte que muchos empresarios indígenas están dotados de casi todas las virtudes identificadas como fundadoras de los grandes grupos económicos bolivianos, pero que carecen de dos tipos de saberes: Uno, formas avanzadas de negocios capitalistas y Dos, el saber “socializar”, cuyo objetivo es obtener y conservar el prestigio social y la construcción de redes de colaboración y protección (se socializaría por ejemplo formando parte de un club exclusivo, lo que sería el “poder social”).
Reconoce entonces que muchos surgieron de abajo, que el “capital educativo” es fundamental y específicamente valora el ascenso de un cholo a la categoría de multimillonario de clase mundial, como es el caso de Patiño (un burgués de verdad y, en primera generación, no simple cholito nuevo rico). Ya con eso se podría relativizar su conclusión central. Sobre todo en eso de que la situación de privilegio estaría deviniendo en estamento, lo cual connotaría premeditada exclusión. Cuando situación similar, a la que describe, se vive en la mayoría de los países latinoamericanos con presencia de indígenas y afrodescendientes.
La conclusión empírica es cierta y evidente, lo que no es cierto es la velada y exclusiva acusación de culpas a los empresarios blancoides de la república y pareciera ahora a los de Santa Cruz (su listado es mayoritariamente de grupos económicos de Santa Cruz). Porque, como en todo, también hay que buscar las responsabilidades propias y los intersticios del desarrollo social. Porque si bien en el virreinato había estamentos y en la república ya no, también es cierto que pervivió un neocolonialismo mental que promueve el prestigio del blancoide y se asocia a la riqueza; sin embargo esta misma situación fue generando una plausible permeabilidad social, que hizo su trabajo de “blanqueamiento”, lo cual puede ser visto como neocolonialismo, pero que también destruye la posibilidad de estamentos, ya que de no ser así hubiésemos tenido una especie de “apartheid”, algo que nunca sucedió.
Y sobre el tema de culpas o responsabilidades, si somos modernos y capitalistas el mercado premia e iguala en las oportunidades, si no lo fuésemos y seríamos premodernos y estamentales también habría responsabilidad de los indígenas y mestizos indigenizados, porque como grupos de estatus deberían promover acciones para el cambio. Por ejemplo, si fuese evidente e identificable que lo que se llama “burguesía aimara” es un grupo de estatus, ellos podrían plantearse apuntar a resolver sus falencias en el “capital educativo”. Me imagino invirtiendo mínima parte de lo que se gasta en la fiesta del Gran Poder o prestes en financiar estudios en universidades prestigiosas de sus vástagos elegidos por sobresalientes. Ahí parece estar el dilema: Seguir al vicepresidente Choquehuanca y su lejanía de los libros (que no es otra cosa que alejarse de Occidente, la modernidad y el capitalismo) o conseguir capital de conocimiento.
Sin duda, el millonario burgués aymara que surja no habrá necesitado pertenecer al grupo “jailón”, peor haber sido socio del country club, como le sucedió a cualquier emprendedor que tuvo un gran sueño. Y además casi seguro que surgirá en Santa Cruz.
Columnas de RICARDO SERRANO HERBAS