Los ríos profundos del mestizaje
En ocasión del último censo se habló mucho del tema; hubo posiciones encontradas. Algunos negaron la existencia de esa categoría demográfica en Bolivia; otros se empeñaron en convencer de lo contrario. Al final se impuso la omisión del término “mestizo” en la boleta censal. Hay gentes fanáticas sin vuelta, de esas que piensan en los 500 años del pasado, y miran como por un retrovisor la realidad. A ellas quiero confiarles un secreto: la rueda de la historia sólo gira hacia adelante.
La dinámica social del mundo es incesante. “Todo fluye, todo cambia; nadie se puede bañar dos veces en el mismo río”. Heráclito tenía razón. Tal vez las raíces psicológicas son perennes, pero todos caminan por todas partes. ¿Quién no ha sido forastero alguna vez? Ni qué decir de hoy: la tecnología cibernética ha borrado las fronteras físicas; todos los muros terminarán cayendo como el de Berlín. Ayer nomás me toqué, por casualidad, con una misionera joven y bonita; me dijo que era norteamericana y que buenos años ya caminaba por estas tierras. “¿No sientes nostalgia? - Sí, cómo no; pero porque me cuesta quedarme, me quedo…” Y entonces recordé: “Niégate a ti mismo; alza tu cruz y sígueme”.
Como dije, hubo bastante publicidad pero es posible visualizar tres fuentes de información. Empecemos por la historia. ¿Se acuerdan de cómo cayó en minutos el imperio de los Incas en Cajamarca? Allí la inteligencia venció al poder; la astucia, a la fuerza (1532). Con ese singular suceso se inició el mestizaje. A la vuelta de pocos años el conquistador ya no se parecía al peninsular que había salido de España. En este lado, el capitán Garcilaso de la Vega llevó a su lado una ñusta, la princesa de sangre real del Imperio. De ese idilio nació el Inca Garcilaso, el autor de Comentarios Reales (1609). Fue el primer gran mestizo de América.
En estadísticas, de censo a censo han ido variando las cifras. Antes la población rural indígena alcanzaba a un 70 %, hoy esa relación se ha invertido; ese porcentaje corresponde en nuestros días a la población urbana. Los hijos de los que migraron a las ciudades ya ni hablan la lengua nativa de sus padres; por efecto del mestizaje cultural son el paradigma del ciudadano monolingüe castellano. Las hijas de la mujer chola ya no llevan polleras; pero dentro, en el fondo íntimo de su espíritu, hay resonancias de la prosapia ancestral. Con orgullo asumen su identidad mestiza.
Y en fin, tenemos la realidad misma al frente, la que cotidianamente nos circunda. Además de otros elementos, en lo artístico nada como la música para reflejar el mestizaje. En las coplas de una cueca, un bailecito, un taquirari; o mejor, un huayño, se combina el castellano con la lengua materna. El dejo de nostalgia que trasuntan proviene de un origen remoto, de esa doble vertiente que se plasma en la expresividad estética de nuestras tradiciones.
El autor es escritor, miembro del PEN Bolivia.
Columnas de DEMETRIO REYNOLDS