La educación, un desafío sin respuesta
Aún no se sabe cuándo le tocará a la educación el turno para ser considerada como problema nacional o como un desafío que espera respuesta o, por lo menos, como algo pendiente en la agenda de los asuntos importantes. Tal como van las cosas, parece que eso no va a suceder pronto. En la lista, después de otros temas referidos a la economía, la salud y la política, la educación está de colita, es la última de la fila.
Definitivamente, era una ingenuidad creer que la educación es la primera o la principal función del Estado, tal como dice la CPE. Para estar en coherencia con la realidad, sería bueno que la próxima vez que se les ocurra a los políticos modificar dicha norma, incorporen una variante para que su discurso no contradiga al texto constitucional. Decir una cosa y hacer otra, no es de personas serias.
Hasta noviembre del año pasado estaba vigente la ley de reforma educativa “Avelino Siñani – Elizardo Pérez”, signada con el número 070. Fue criticada duramente; entre otras cosas, se decía que era retrógrada y estaba teñida de indigenismo. Pero, así y todo, esa es la reforma que se venía aplicando. Lo que aún no se ha dicho es si se seguirá aplicando esa misma en las plataformas virtuales. Digamos en paréntesis que todos los gobiernos siempre hacen su “reformita”, salga bien o salga mal, pero la hacen. Quién sabe si fue sólo para decir que algo hicieron en educación.
“Sin los maestros no hay reforma; con maestros tal como son, tampoco”, decía el padre Gabriel Codina. Tal vez, en vista de ello, los maestros fueron capacitados masivamente en un programa denominado Profocom; ahora casi todos tienen un grado académico, son licenciados. ¿Mejoró el aprendizaje? Porque ese era el propósito. Es decir que, como efecto de la capacitación, la labor del maestro en el aula debía desarrollarse en un nivel superior de calidad; y también, por supuesto, el aprendizaje de los estudiantes. Pero en seguida surge otra pregunta más de fondo: ¿Y qué aprenden? Las respuestas precisas a estas preguntas revelarían muchas cosas. Dicha capacitación era en función de la 070, ahora que estamos frente a otro desafío, ¿servirá para la enseñanza de tipo virtual?
Con estas y otras dudas, no terminábamos de convencernos de las bondades de la 070, cuando nos sorprende otro desafío más extraño, más desconcertante. Las pantallas y los celulares nos servían para distraernos, para informarnos y también para dinamizar la vida, pero ni sospechábamos que teníamos al lado un aparato tecnológico revolucionario que utiliza Internet, y es aplicable a la escolaridad. Tiene ventajas y desventajas; más de aquellas que de éstas.
Esa rueda no gira atrás. Tenemos que adaptarnos. Esa revolución tecnológica demanda un nuevo diseño curricular, un plan abierto, flexible; además, sin grados ni programas enlatados. Un nuevo sistema, en suma. A estas alturas, es ya anacrónico querer introducir lo viejo en lo nuevo. Los maestros necesitan conocer y entrenarse en el uso de las plataformas digitales de la enseñanza virtual. Ya no hay aulas; sólo hay pantallas. Por su naturaleza, ese sistema exige disciplina y rapidez.
El tiempo que vivimos es otro. La pandemia nos ha empujado bruscamente a la grupa del caballo que cruza veloz por nuestra vereda.
El autor es columnista independiente
Columnas de DEMETRIO REYNOLDS