El vaivén del “Sucu sucu” en EEUU y Bolivia
Sorprendió nuestro nietito preguntando que era “purga”. Acertada cuestión en estos días en que el gobierno de turno ha desatado una ola vengativa, metiendo presos a destacados políticos del régimen anterior, empezando por la expresidente Jeanine Áñez. Demasiada dosis para un niño perorar sobre Hitler y Stalin y su reclusión de opositores en “campos de concentración” (que no eran solo para judíos, gais, y minusválidos), “gulags” y matanzas en Rusia y China.
Tampoco quise hurgar en reminiscencias de antaño, cuando se recluía a los opositores en inhóspitos eriales altiplánicos o remotas selvas amazónicas. No deseé contaminar los oídos de mi nieto con recuerdos de mi madre, que una vez al año me despertaba a las cuatro de la mañana, me forzaba a tomar pastillitas con un refresco que parecía purgante, y lo era, para sentarme en la bacinica y expulsar lombrices. Era purga que los niños sufríamos como precio de jugar con tierra, y a veces, comerla.
Resonaba la resistencia civil en Europa, protestando restricciones a la vida. Afloraba también en otros países, en medio de una pandemia que ha desnudado prejuicios de ricos contra pobres en la repartija de vacunas, aun sabiendo que en la crisis actual o se inocula a todos o a conformarse con matecitos y humeadas de primer viernes.
No pude sustraerme a la teoría de que una de las causas del atraso de Bolivia es el vaivén, no del Sucu sucu. Aclaro que no hablo del ritmo que hacía bailar a las parejas, sino a que cualquier nuevo elegido en las urnas de esta inmadura democracia debe desbaratar todo lo hecho por el gobierno anterior, incluyendo lo bueno, y empezar de cero. Bueno, previa purga de los mandamases perdedores. La propaganda política, ese bombardeo mediático que de tanto machacar mentiras las vuelve verdaderas: ¿acaso el nazi Goebbels no acuñó su notorio “miente, miente, que algo queda”? La amedrentada justicia boliviana es obsecuente a cualquier abuso y designios del Poder Ejecutivo de turno.
Puede ser que el mal de muchos sea consuelo de tontos. En EEUU, por ejemplo, tal vez se hubiesen evitado muchos de los desatinos tuiteados por Donald Trump, entonces presidente, entre ellos la negligencia en afrontar oportunamente la crisis que la pandemia del coronavirus había ocasionado entre sus allegados europeos, y descuidada por sus satélites del resto del mundo.
En tiempos que otro virus ha puesto en boga nuevos términos, hay una cepa que habría que estudiar: la politiquería y las variantes ideológicas que la nutren. ¿Persiste en un planeta agobiado por la crisis ambiental, la desigualdad social y la pobreza extrema, que a su vez agrava otros males como la corrupción y las formas de esclavitud moderna, entre otros? Claro que sí.
Como con la Covid-19, no son inmunes las naciones ricas ni los países pobres. En la primera potencia del mundo ni su demagogo presidente se libró del virus, aunque no le faltaron médicos ni respiradores y no tuvo que dormir en algún pasillo de atestado nosocomio. El apego a las leyes inclusive fue indulgente con su machacar fraudes inexistentes o desconocer el resultado de la elección que lo prorrogaría. Sus arengas incendiarias detonaron en montonera abusiva que invadió la sede de uno de sus tres estamentos de gobierno, días antes de ceder la presidencia, abuso de poder por lo que ni un jalón de orejas mereció. El tira y afloja actual de su Congreso y el narcisista expresidente son un ejemplo extremo de la politiquería con disfraz democrático.
El otro extremo de la política autoritaria con disfraz democrático lo da la paupérrima Bolivia. Tal vez no hubieran ocurrido los exabruptos sediciosos de Trump si, como en nuestro país, apenas salido de la Casa Blanca lo enviaban a un zoológico, en jaula con algún ejemplar de demonio de Tasmania, bueno, podría ser un reclusorio mental junto con el orate que se cree Napoleón, en vez de exiliarlo a jugar golf en Florida.
Su sucesor debe estar con las manos llenas, que ni siquiera fue óbice para que destruyese su partido y continuase sus diatribas antidemocráticas. Sus adláteres en el Congreso repiten sus letanías de que la luna es de queso, al igual que sus pares en Bolivia babean el catecismo de que Evo Morales no huyó, sino que el pobrecito fue víctima de un golpe de Estado digitado por una “pasionaria” trinitaria.
El meollo de tales deformaciones democráticas es el racismo estadounidense en contra de estadounidenses de ancestro africano, asiático, o ¡Jesús di!, latino. En Bolivia es el prejuicio racial en contra de los conquistados, aunque la sangre europea e indígena se hayan mezclado.
¿Será que una nueva guerra civil igualará a los dos extremos de sus democracias deformadas?
El autor es antropólogo, win1943@gmail.com
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