La testa del Vice
Hace unos diez días ha tenido lugar la inauguración de la Unidad Educativa Álvaro García Linera en la localidad de Punata. El que se inaugure una nueva escuela en nuestro país puede causar solamente beneplácito, aunque aclaremos, una vez más, y como en todo, una inversión que se acerca al millón de dólares, (bueno, en realidad cualquier inversión estatal) debería tener todos los estudios en regla para saber si es que realmente era necesaria, y si se hizo la inversión en forma adecuada. No tengo noticias de que no sea así, pero como ciudadano que se ha acostumbrado a escuchar de los contratos directos, y de los proyectos irracionales, insisto en que tengo todo el derecho de, antes de festejar, preguntar si todos los pasos que llevan a una construcción sensata, legal y legítima se han tomado.
Creo por lo demás que esa podría ser una buena labor llevada a cabo tanto por los partidos de oposición en el momento actual, o por el nuevo gobierno si es que los afanes ilegítimos de permanecer en el poder por parte de los actuales gobernantes no llega a cristalizarse.
Hay además un motivo por el cual siento que hay una ilegalidad en el manejo de los fondos públicos para la construcción de ese centro educativo, y es que la enorme cabeza que representa a la del señor vicepresidente, que ha sido colocada allí, no responde a ningún fin práctico, no tiene ninguna utilidad, y desde el punto de vista económico no podía haber sido construida con dinero del Estado bajo ningún punto de vista.
No es que me consta que la efigie en cuestión ha sido pagada por el Estado, pero no habiendo ninguna aclaración al respecto, sospecho una vez más que ha sido así, debido entre otras cosas a los antecedentes de estatuas del primer mandatario que han sido mandadas a hacer con el erario nacional.
Hasta aquí, el tema económico, el gasto insulso, que puede eventualmente ser hecho en una escuela, y hacerse pasar por justo y necesario, como en un artículo suntuario de dudosísimo gusto, como es un busto de más de dos metros de altura.
Pero hay algo más, y es ya las implicaciones que tiene el hecho de que se haya mandado hacer semejante escultura, aunque no se hubiera tocado un centavo de los dineros del Estado. Me refiero a ese culto a la personalidad del gobernante, tan reñido con el mínimo espíritu democrático que debe prevalecer a la hora de manejar símbolos y mensajes.
El culto a la personalidad, ya sea fomentado por los gobernantes en forma directa, o por sus entornos, o por ciudadanos con ganas de ser lacayos, no tiene espacio en una democracia, y su existencia es un claro síntoma de que algo anda muy mal. En el caso boliviano, si consideramos la enorme cantidad de retratos del Presidente, en literalmente miles de gigantografías y millones de objetos de uso, como por ejemplo los refrigerios que reparte la línea aérea estatal, está claro que hace tiempo que el gobierno ha perdido ese sentido democrático y se ha lanzado en una forma vergonzosa a fomentar ese hábito antidemocrático que, para colmo, en la temporada electoral, da al candidato que está buscando una reelección una ventaja de exposición absolutamente deshonesta.
Poner a una escuela el nombre de un gobernante vivo y en funciones es una aberración, considerando además que tal vez existen miles de maestros probos, entregados y sacrificados del pasado que merecen un justo homenaje después de muertos, o tal vez mejor una vez jubilados.
El colocar el busto de marras en la escuela de Punata es una aberración mayor y posiblemente también un delito.
El autor es operador de turismo.
Columnas de AGUSTÍN ECHALAR ASCARRUNZ