No olvidamos
Afirmaba Daniel Gélin actor y realizador francés: “Se llama memoria a la facultad de acordarse de aquello que quisiéramos olvidar”, sin embargo, la memoria histórica de este mes se centra en el recordatorio de fechas importantes, fundacionales y decisivas. En este sentido, nosotros los bolivianos de nacimiento o de adopción celebramos este 6 de agosto, pese a todo lo que nos obliga a no salir a las calles a vivir la fiesta que conmemora esta pertenencia a una nación generosa, vasta y hermosa. Desde las geografías del encierro hacemos esta necesaria celebración y evidenciamos que Bolivia es más que una denominación genérica. Es la posibilidad de sentido, de pertenencia gozosa.
Pertenencia gozosa, más allá de la corrupción, del desencuentro y la división constante, más allá de la pandemia, de los bloqueos, del pensarnos como un país y no la suma de intereses individuales. Pese al miedo y la constante amenaza de enfrentar un posible contagio en un sistema de servicios de salud endeble, no dejamos de sentirnos honrados de pertenecer a este país tan vasto.
En este sentido, desde esta columna nos unimos al recordatorio, a desplegar desde la intimidad de nuestro hogar, una bandera boliviana cuyos colores, y lo que simbolizan, no dejan de conmover. Conmover ante la coyuntura actual, ante el sino de ser ese gran país que elije mal a quienes los gobiernan, que olvida pronto los enormes desaciertos gubernamentales y que parece estar siempre al borde de una hecatombe. Un país que olvida el rol fundamental que tienen hoy, por ejemplo, el personal de salud que hace patria resguardando a cada paciente enfermo por este virus o a quienes nos proveen de alimentos desde los valles y el altiplano.
La Bolivia íntima está de fiesta también, esa que late en cada barrio, en la comunidad que uno aquilata cuando se aleja de esta geografía y sopesa el peso de la soledad del primer mundo, de claro perfil desarraigado de esa intensa dimensión que es vivir en comunidad, sociedades del orden y del progreso, donde nuestro desorden tropical no encuentra espejo, donde los barrios respiran su inamovible aire residencial y no este cúmulo de gente que pese a la pandemia pervive en los barrios, ese donde tenemos la fuerza pujante de cada trabajador, por las mañanas el exquisito aroma del pan casero, la yapa que nos da la casera, que por cierto nos conoce, los sabores picantes de la comida, la certeza que somos, pese a lo que hoy nos lacera, un gran país que cumple 195 años.
Entonces, me sumo al deseo de que, de una buena vez, quienes están al mando de los destinos de nuestro país, asuman su responsabilidad histórica y apaguen definitivamente esta maquinaria aplastante que es pensarse como individuos solitarios buscando satisfacerse de los bienes del Estado. Somos, ante todo, una nación que es desde lo inmemorial una comunidad, volvamos entonces a ese espacio donde somos los integrantes de un gran lazo que nos une, esa inmensa Bolivia de todos los bolivianos.
La autora es escritora
Columnas de CECILIA ROMERO