El sinvergüenza
La palabra sinvergüenza parecería que no es más que un vulgar insulto, pero existen algunas conductas de políticos que nos dejan sin palabras, boquiabiertos, ya no sabemos qué decirles, qué calificativo emplear para presentarles exactamente tal como son y nos dan ganas de decirles “sinvergüenzas”.
En estrictez, la palabra sinvergüenza alude a aquella “persona carente de ética, que se aprovecha de otros o de las circunstancias de manera deshonrosa en beneficio propio”, esta es una definición contenida en varios diccionarios.
La sicología del sinvergüenza enseña que éste “no siente ni culpa, ni vergüenza, no tiene límites, no responde a la crítica, ni siente humillaciones, tampoco reconoce el reproche; es decir, nunca se da por aludido y menos se puede esperar de él una reparación por el daño ocasionado”, tiene preadaptada la patología social.
El sinvergüenza sabe que existen grupos como él que le van a dar espacio y adularlo, porque la falta de vergüenza se va convirtiendo en parte de la cultura social, es decir, vivimos y validamos a los sinvergüenzas y es que la posmodernidad va cambiando las reglas del juego y el sinvergüenza es hoy el rey de la escena, es capaz de aprovechar las fisuras de las normas sociales en beneficio propio.
Se dice que la “civilización”, de la que tanto nos ufanamos, nació del aprender a tener vergüenza, a ser educados, correctos en el comportamiento, a guardar pudor y recato en las conductas, aunque sabemos que junto a la vergüenza también estuvo y está presente la señora hipocresía.
Pero esas llamadas buenas costumbres van desapareciendo y es ese ingenuo, indiferente o convenenciero entorno social el que le permite al político ser sinvergüenza: dice durante la campaña una cosa y hace lo contrario al día siguiente de las elecciones, con experiencia y “sabiduría” embauca al pueblo, hasta se hace pasar por “apolítico”, santo sin pecado concebido, cuando siempre ha vivido de la política.
El sinvergüenza “miente y miente que algo queda” creyendo imitar al nazista Joseph Goebbels, el copión, porque muchos siglos antes que él ya fue esbozada esta expresión por Medio de Larisa, un obscuro personaje que fue consejero de Alejandro Magno, incluso Francis Bacon decía: “Calumnien con audacia, siempre algo queda”, Voltaire decía refiriendo el triunfo buscado: “Mentid, mentid, que ya se les reconocerá cuando llegue la ocasión”, Rousseau expresaba: “Por más grosera que sea una mentira, no dejen de calumniar. Aunque después se haya desmentido, de la llaga siempre quedará la cicatriz” y el poeta y dramaturgo Jean-François Casimir Delavigne escribió en el siglo XIX: “Mientras más increíble es una calumnia, más memoria tienen los tontos para recordarla”.
Y siguiendo esas frases (sin conocerlas) incluso acusa de sinvergüenza al sinvergüenza con el que juntos cometieron el acto aberrante. Es completamente imposible enumerar la interminable cantidad de sinvergüenzuras cometidas por “nuestras” venerables autoridades y gran parte de los “límpidos” políticos, sinvergüenzuras admitidas por el ciudadano que no reacciona ante la iniquidad, y sentimos vergüenza por la permisibilidad del pueblo que no se rebela, y se nos apodera la indignación y la impotencia por permitir tanta sinvergüenzura.
Columnas de GONZALO PEÑARANDA TAIDA