Cusi y el escupitajo asesino
Este señor asumió funciones en el Tribunal Constitucional y lo hizo de la mano del MAS. Fue parte del experimento foráneo inserto en la CPE para dar cabida a la plurinacionalidad como fenómeno para relativizar el concepto de “ciudadanía boliviana” a fin de encumbrar otro tipo de identidades y, por supuesto, la de implementar la elección de autoridades del Órgano Judicial mediante el voto. En este último caso, los resultados han sido catastróficos. Primero, porque se ha desnaturalizado la fisonomía que debe tener todo Magistrado responsable de administrar justicia y, segundo, porque abriendo la representatividad bajo el parámetro de la plurinacionalidad, se creía que Bolivia era un paradigma de la justicia a nivel mundial. Nada más errado.
El derecho y su aplicación a través de impartir justicia no puede basarse, en cuanto a sus operadores, en aspectos de raza, identidad, origen o pertenencia. No por tener mayor representación indígena o mestiza, se garantiza que la administración de justicia será la que toda sociedad organizada espera. En esta materia debe merituarse a la persona, provenga de donde provenga, y debe convocarse a los mejores, hombres o mujeres (mestizos, aymaras, guaraníes, etc) para que asuman la responsabilidad de integrar los tribunales de justicia. Para ese efecto, se mide capacidad, experiencia, méritos, conocimiento y variables donde bajo la luz dada por Couture, esperamos hallar gente que estudia, piensa, trabaja, lucha por el derecho, tolera, tiene fe, paciencia y ama la profesión.
Ahora bien, cuando el Sr. Cusi saltó a la palestra pública mostrando ante cámaras cómo la hoja de coca lo guiaba para definir por qué lado debía ir una Sentencia Constitucional (no sé si utilizó ese método para suspender la vigencia de la Ley del Notariado), lo que hizo fue denigrar a un Órgano del Estado y al derecho.
Independientemente de cuál sea la costumbre que le es inherente en su diario vivir respecto a la coca y el uso que le da, lo menos que un Magistrado debe hacer es acudir a una payasada de ese calibre. Que la coca le sirva para guiarlo en otro tipo de menesteres es un asunto que merece todo nuestro respeto, pero no cuando se trata de administrar justicia. En ese contexto, lo que debe imponerse es la ley y el derecho, nada más. Luego, el Sr. Cusi manifestó su oposición a la reelección presidencial y ahí comenzaron sus problemas con el Gobierno. Fatal para el oficialismo. Una de las fichas más relevantes del proceso experimental, les salió respondón. Después vino el pretexto de la Ley del Notariado para su enjuiciamiento y posterior quebrantamiento a su derecho a la intimidad cuando se reveló al margen de la ley, que padecía una enfermedad.
Hoy, Cusi vuelve a ser noticia. Su escupitajo, más allá de expulsar secreción respiratoria y de ser un acto de mala educación, muestra la cara de un hombre agobiado por una injusta persecución, que en determinado momento encontró un canal para mostrar resentimiento ante quienes considera —y con razón— sus verdugos gratuitos. Termino aquí: Cusi ha sido sentenciado y no sólo en términos legales como Magistrado, sino socialmente por la descalificadora actuación de funcionarios públicos respecto a la enfermedad que lo aflige. Lo amenazan ahora con enjuiciarlo por intento de asesinato, seguramente porque “la saliva asesina” casi nos deja sin un asambleísta. Más allá de la anécdota, en los hechos, el agredido se encargó de borrar “el arma homicida” y el autor del salivazo, de salir más fortalecido que cuando utilizó la coca para dictar sentencias.
El autor es abogado.
Columnas de CAYO SALINAS