El avión innecesario
La semana pasada, la presidente Jeanine Añez partió a Santa Cruz para reunirse con su familia durante la Nochebuena y lo hizo en un vuelo comercial; el gesto fue ponderado por la prensa y, como no podía ser de otra manera, dejó callada a la barra masista, precisamente porque tocó uno de los múltiples talones de Aquiles del expresidente Morales.
Si hay algo que hace a la función pública en un Estado democrático, llámese república o no, es que el primer mandatario no es más que un ciudadano en funciones de gobierno y que aunque esas funciones conlleven una investidura y unos deberes representativos, o precisamente por eso mismo, éste no debe alejarse de ser un ciudadano más.
Eso no quiere decir que el Presidente debería ir todos los días a su trabajo en minibús o que debería hacer cola para facturar su equipaje él mismo en una aerolínea, o sacar ficha para ser atendido en el sistema de salud (aunque eso tendría implicaciones muy interesantes y eventualmente muy positivas), pero el extremo de tener a su disposición un pequeño y lujoso avión, como el que se compró con la friolera de 38 millones de dólares (sin licitación), y cuyo mantenimiento y operabilidad son extremadamente costosos, es precisamente algo que no debería suceder.
El avión de Evo es no sólo uno de los despilfarros más rampantes de la administración masista, sino también uno de los más contradictorios, si se creyera que se trataba de un Gobierno fundado en un “ideal” socialista. Y, sin embargo, es coherente con lo que en realidad fue ese Gobierno: un proyecto político que pretendía endiosar a su líder, darle una presencia inimaginable en circunstancias normales, casi el don de la ubicuidad, y darle de paso un juguete de primer nivel (mientras otro gerentaba el país) y, finalmente, darle una herramienta para jugar a ser el líder mundial, aunque claro, en realidad nadie lo tomó muy en serio.
El Presidente de Bolivia no necesita un avión, como el que fue comprado para Evo, no necesita ir ni a todas las cumbres a las que es convocado y mucho menos necesita ir a campeonatos mundiales de fútbol. El Presidente de un país tiene, ante todo, que trabajar desde su escritorio. Hoy mejor que nunca, gracias a la tecnología comunicacional, en realidad no necesitaría ni moverse de su casa. Y eso lo haría más eficiente.
El pueblo boliviano ha pagado durante largos años el capricho de una persona que precisamente debido a ese tipo de elementos había perdido el sentido de la realidad, pero que además anduvo haciendo proselitismo con los dineros del Estado durante todo ese tiempo, usando precisamente el avión.
No existe un justificativo sensato para la compra de ese artefacto de extremo lujo, sobre todo considerando las verdaderas dimensiones económicas del país. Fue un verdadero insulto para quienes viven en situación vulnerable y, reitero, es un despropósito desde el punto de vista democrático.
Que el Estado tiene que contar con un avión para que el Presidente se pueda trasladar eso es obvio, pero puede ser un avión más pequeño y más barato, para viajes largos, para las cumbres a las que realmente valdría la pena asistir. Resulta igual, mucho más barato, alquilar una nave para la oportunidad, aunque viajar en línea regular sigue siendo lo ideal.
Creo que el avión de marras debe ser vendido lo antes posible, que no es necesario esperar a un nuevo Gobierno para hacerlo; es un gasto que es como un hueco en un balde y eso debe ser subsanado ya. Y, por supuesto, se tiene que hacer una investigación exhaustiva del gasto que ha significado comparar y mantener esa aeronave; ese ha sido uno de los manejos más abusivos del dinero boliviano que ha tenido lugar en los últimos 14 años.
Me alegra que la Presidente no lo haya usado para un viaje privado y espero que esa actitud se mantenga, porque conlleva un mensaje muy importante, no sólo de austeridad sino de honestidad.
El autor es operador de turismo.
Columnas de AGUSTÍN ECHALAR ASCARRUNZ