¿Es recomendable el activismo entre académicos?
El activismo o militancia se define como alguna acción en la vida pública en lo social, político, ecológico, sanitario, etc. El activismo se diferencia de la actividad corriente porque contiene elementos de exceso de actividad, obsesión o pasión. Puede tener diferentes formas como el arte, la piratería informática, el tipo de consumo, o la acción colectiva intencionada y organizada que muchos conocen como “movimientos sociales”.
Existen muchas cosas positivas en el activismo. Entre las más importantes están los cambios sociales rápidos que puede generar. Además, también puede amplificar las voces de los marginados, dar pie a cambios políticos en temas que no se hubieran sentido, y promover la solidaridad y comunidad en los grupos.
Cuando uno es académico, sea enseñando en la universidad o dedicado a la investigación, el activismo puede ser conflictivo. Esto, porque el activismo encierra pasión sobre un tema y la ciencia tiene raíces fuertes en la neutralidad y objetividad en la búsqueda del conocimiento.
El activismo tiene una postura clara y apasionada acerca de algo, mientras que la ciencia puede llevarnos por uno y otro lado de acuerdo con nuevas evidencias. Los resultados de las investigaciones de estos activistas académicos pueden provocar desconfianza entre la población o las organizaciones. Por ejemplo, un activista motivando a no utilizar energía fósil puede no querer trabajar con la industria que produce diésel y gasolina por lo que su investigación ya no será imparcial. Desde el momento que se decide excluir actores de la economía, los resultados sufren en calidad, y generan escepticismo social.
En cuanto a las relaciones personales, un académico activista también puede ser menos tolerante a la libertad de opinión. Las universidades se destacan por la libertad de pensamiento, pero la pasión del activismo hace que muchos comprometan su integridad en la ciencia (como en el ejemplo de líneas arriba) o generando posturas claras que no permiten la disensión, no toleran otras opiniones, o imponen lo “socialmente correcto” sin medir ni investigar las consecuencias de lo que sugieren a nivel científico. Peor aun si deriva en acciones violentas que ingresan en el terreno terrorista por los destrozos y peligro que generan.
Las universidades tienen el desafío permanente de llegar con la investigación a la sociedad y tratar de obtener los temas de los problemas sociales. Pero es importante respetar esa fina línea entre lo científico y el comportamiento activista que genera más daño que bienestar.
Columnas de KATHYA CÓRDOVA POZO