El Chimoré que vive en mis recuerdos
Sentir la humedad y el calor del trópico en mi piel evoca algunos de mis mejores recuerdos de niñez. El olor a vegetación entra no sólo hasta mis pulmones, sino hasta mi memoria y corazón. Pero mis ojos no ven lo mismo que llega a mi mente.
Un lado de mi familia nació y creció en Chimoré, en el trópico de Cochabamba, y es allí donde mis padres me llevaron con tan solo unos meses de nacida para que mis abuelos conozcan al nuevo miembro de la familia. Desde ese momento, su casa se convirtió en el segundo hogar en el que pasaba varios meses del año.
Le comentaré a usted, estimado lector, algunos de estos recuerdos para que comprenda mi estupefacción actual.
Era libre, totalmente libre. Caminaba por las calles de piedra sin temor a que me roben, me hagan daño o me atropellen. Alguna víbora casual se cruzaba en mi camino sin que nos lastimemos la una a la otra y los árboles frutales eran generosos a mi paso.
Muchas noches pasé jugando básquet con mis primos y otras tantas aprendiendo a cocinar con las mejores maestras, mi tía y mi abuela. Si alguien me hubiera dicho que en esa región se estaba gestando el mayor movimiento político que yo estaba por vivir, no lo hubiera creído; claro que sólo era una niña que quería ir al río a disfrutar del agua.
Calles tranquilas, aire limpio y mucha paz es lo que viene a mi mente cuando siento la humedad del trópico, ahora, a mis 28 años. Pero el miércoles último abrí mis ojos y no era lo que recordaba.
Las calles estaban colmadas de caos y comercio. Me costó encontrar la casa de mi niñez, porque ya no es una casa y porque el terreno de vegetación que estaba en frente ya no existía fue reemplazado por casetas de venta.
Me cuesta describir lo que sentí cuando me paré frente a esa estructura. Fue un momento breve, porque estaba trabajando y no de vacaciones como cuando era niña, pero fue suficiente para sentirme ajena a ese lugar que era mi hogar.
Chimoré ya no es ese municipio pequeño en el que crecí y donde conocía a mucha gente. Ahora no reconocí a nadie y vi el caos del desarrollo mal planificado.
No hay trabajo estable, se nota porque la mayoría se dedica al comercio. Claro, yo recuerdo que en mi niñez me enseñaban a vender en lugar de emprender y eso ahora se salió de control. Lo triste es que la mayoría de los productos ofertados son de origen chino, dónde queda la producción nacional entonces.
Comprendo que, como cualquier municipio, la gente desea crecer y que se desarrolle el lugar donde vive. Sin embargo, este progreso debe ser planificado para que además pueda dar seguridad jurídica a las empresas y también a quienes sean empleados.
El trópico fue mimado por el Gobierno durante 14 años. Era la oportunidad perfecta para explotar sus grandes potenciales.
El dulce y jugoso sabor de sus frutas debió convertirse en prioridad para exportar. Imagínese las grandes oportunidades de negocio, trabajo y progreso que hubiera generado. Sí, sé que exportamos palmito y banano, pero un viaje anterior me demostró que el poco impulso que se le da a este sector está llevando al cambio de rubro de los productores.
Además, cada vez se reduce el contingente de productores, porque se pierde capital luchando contra las inclemencias del tiempo. Si se pudiera ayudar a estos sectores para que se implementen proyectos de protección, pero eso no se hace.
Ahora pensemos en el potencial turístico. Muchos cochabambinos, bolivianos y extranjeros desean pasar unos días de descanso en el trópico, pero pensemos ¿qué se ofrece al turista?
¿Hay un servicio de transporte de calidad?, ¿los hoteles explotan el potencial tropical?, ¿hay programas de turismo agropecuario, pluvial o piscícola?
El trópico es un diamante en bruto que puede ser explotado de tal modo que genere ingresos y desarrollo para su gente, sin perder su esencia. Una esencia claramente contaminada por la política.
Ese miércoles, el 11 de noviembre, me encontré de frente con la “revolución”. Jóvenes y adultos que portaban la wiphala en su hombro y levantaban el puño izquierdo con absoluta convicción de que habían devuelto el poder al campesino.
Definitivamente el masismo es algo para analizar en profundidad, pero en estos momentos mi intención es concentrarnos en el trópico, específicamente en Chimoré.
Espero que esta segunda oportunidad, que les da la historia, sea mejor aprovechada para construir más allá de la política. Mientras, yo prefiero cerrar los ojos y recordar la casa de mis abuelos y el Chimoré que llevo en el corazón.
La autora es periodista
Columnas de LORENA AMURRIO MONTES